Crónica de una muerte anunciada en tres actos. Acto 3: Revolviendo en el cajón de la ropa de la abuela.

Lo prometido es deuda. Después de la ilustrísima visita del escuadrón de la rapiña, solamente os puedo asegurar una cosa: vamos a envejecer. Conservad un buen recuerdo nuestro, porque vamos a envejecer mucho. Dice la letra de una canción, que un hombre tiene la edad de la mujer que lo abraza. En un plano lírico muy inferior, soy partidario de esa idea, si se me permite ampliar el círculo de influencia, y creo a pies juntillas que buena parte de tu entorno, queriendo o no, perfila tu condición, incluida, por supuesto y de qué manera, la perecedera.


Lamentablemente, el entorno de los mocasines con borla, puños de camisa doblados a medio antebrazo e iniciales bordadas en el corazón de la camisa, que cual tropas del Imperio se presentó en la huérfana oficina, conforma un marco que no nos favorece nada. Eso no lo arregla ni el filtro belleza del último iPhone. Resultaremos ajados, seguro. Avisados estáis. Llegó primero el norteño; enjuto, apresurado y ciclónico como de costumbre, pero con una sorpresa mayúscula entre manos: va el pollo y nos obsequia con unas toallitas antisépticas caducadas, pudiendo haberlas puesto en Wallapop. Ay, amigo, algo malo se avecina si semejante hormiga acaparadora tiene que recurrir a la lisonja contra su patrimonio personal. Y lo cierto es que, para mi sorpresa, no le vi sudar cuando nos las entregaba. Al menos, no tanto como cuando minutos antes, entre susurros, intentaba enlazar inconexas explicaciones sobre su papel en todo este enredo, que de manera repugnante, siempre termina con ocho inocentes ejecutados, "entre tú y yo". Todo hay que decirlo: colmada su perorata de loas para los finados, como buen español, y muchas de ellas explícitas para una de esas personas alucinantes que el delicioso azar tuvo a bien colocar al lado de nuestro disparatado camino. Contemplar embobado las estrellas puede que sea el verdadero y único nexo de unión de la especie humana. Mientras hacía que escuchaba lo que decía y, a la vez, lo mandaba mentalmente al final de la cola, pude notar como se me encabritaba la marejada de olas que un tic extraño provoca en el párpado inferior de mi ojo izquierdo, a modo de asesino en serie, cuando mi codicia se desata. Desde luego que con tanto piropo post mortem da ganas de morirse pronto, si no fuera porque hay que acabar con él antes. Por cierto, ¿el resultado de la visita?, os interesará poco pero os lo digo: escaso trabajo, todo a trompicones y una to do list para que lo hagan otros, el servicio sin cofia especialmente. ¿El objetivo? por supuesto, una autopsia que disfrace la causa real del óbito de la que tanto hemos hablado: hemorragia incontenible de talones.


Ya a su hora, el resto de invitados al aquelarre. Un pobre simulacro de dandy, Aravaca's Style, con una sonrisa manifiestamente mejorable y más pulseras de hilo en la muñeca que una cría de garza común en cualquier anillado de primavera en Doñana; el conocido manchego risueño, eternamente satisfecho de verse el careto mientras se afeita cual Narciso en el estanque y, albricias!, el único ceporro que se haya conocido en la empresa nodriza. Por supuesto, de momento. Todos ellos encantados de haberse conocido y con escasos modales para asistir a funerales, como el que se celebra en el sur de Madrid desde mayo pasado. Tanto dinero dilapidado en colegio de pago para olvidar lo elemental. Con semejante carcunda y por sorpresa hubo que compartir mesa y mantel. Suerte que frente a un plato de viandas y en compañía no deseada, millones de años de evolución desde Atapuerca han desarrollado en mí como legado la facultad de cerrar los oídos a la par que abro la boca, todo ello acompañado de un leve cabeceo, cual figura de perrito dálmata sobre la bandeja de un Seat 131 Supermirafiori, que simula prestar atención. Cierto, no son los superpoderes de haber estado sobreexpuesto a la radiación de rayos gamma o a la picadura de una araña de laboratorio, pero ¡dios salve el hombre de las cavernas! Habría que comprobar si, además, son reversibles como los chubasqueros del Decathlon y en buena compañía se me abren los oídos y cierro la puñetera boca, lo cual no vendría nada mal a mis sufridos interlocutores y a la humanidad en general. Este experimento queda en vuestra mano y al albur de vuestro amor por el método científico.


Ya lo veis. Me mantengo muy pesimista, atrapado en un destino muy poco halagüeño, mientras sueño con tres improbables escenarios de salvación: resultar víctima del Covid19, que la propia empresa amiga sucumba a la crisis que se avecina y suspenda incorporaciones o mi cien mil veces imaginada verja oxidada a orillas del Pacífico en cualquier chamizo de las Islas Cook tras un Euromillón al que no juego. ¿Se vislumbra alguna otra posibilidad?
 

P.S. Habiendo puesto casi toda la recolección de la cosecha de mi vesícula biliar de los últimos tres meses sobre nuestro amado líder y la repugnancia que me provoca su existir ignominioso, aprovecho este añadido para reconocerle una importante virtud. Qué no se diga que mis meninges solamente excretan vinagre. Vistos todos y cada uno de los elementos de la recua que nos visita desde el otro lado del muro, convendréis conmigo que nuestro aventajado discípulo de Baco tiene mucho más tino con la selección de personal. En mi opinión, no hay color. Creo que cualquier departamento de rrhh medio diligente se lo habría llevado antes. Sin lugar a dudas.

 

P.S. bis:  No cambio ni una coma de lo que vomité el 12 de marzo pasado. Simplemente, incidir en que lo peor, como siempre, aún estaba por ver. Lamentablemente, me temo que ya lo puedo confirmar en este febrero sin sal.



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