De qué confort me hablas?

Tenía adherida a las meninges la idea de soltar unas líneas a raíz de la controvertida concesión del Premio Nobel de Literatura al inescrutable genio de Minnesota. Un par de docenas de paladas con las mejores obviedades, cosechadas después de pacientes años de ausencia de pestañeo, absorto ante las sinsorgadas que emanan de los siempre vanguardistas talentos nacionales. A buen seguro, como resultado de la intercesión de la siempre prudente pereza, os habéis ahorrado asistir a un alegato más, que, en muy resumidas cuentas, solo iba a tratar de recordarte que si no lo entiendes, es harto probable que no te encuentres en condiciones de criticarlo. Batalla perdida. Y así discurrían los días, viendo a los hijos de la lluvia crecer, hasta que esta mañana un mentecato aragonés, desgranando sus miserias en las ondas hertzianas, ha conseguido sacarme de la infravalorada abulia. No tengo muy claro qué diantres contaba sobre su insignificante devenir existencial, las siete son mala hora para mí desde que trabajo de tarde, cuando, a modo de fulminante, ha salido de su boca la demasiado manida expresión "salir de tu zona de confort". La coz testicular, que semejante aforismo de la new age me provoca, ha desencadenado el resto.

No es necesario cumplir demasiados años a bordo de este globo sin helio, para saber que los recesos de calma únicamente preludian calamidades que están por llegar. Resulta decepcionante tener que desempolvar los argumentos de un cirenaíco de hace veinticinco siglos para combatir la plaga de cretinos sin minotauro que repiten el mantra "al premio por el castigo", tan falso como demodé. Es agotador recordar que nadie tiene lo que se merece, que ya en los tiempos del Ford Capri y el Dancing Queen de Abba se asumió con naturalidad la Teoría del Caos. Dejen de engañar a la tropa, no hay honor en la conquista de la colina de la hamburguesa ni en humillarte ante tus compañeros para mendigar un sobresaliente en Historia de COU. Absolutamente nada de lo que planees, hagas y analices resultará inteligible para tus entendederas. Fracasarás donde resultaste más tenaz y la eterna sonrisa del premio inmerecido, el más sabroso pese a las malas lenguas, se abrochará a tu quijada cuando menos lo esperabas.

Luego está la magnitud del sacrificio, claro. Cada vez que algún vendedor de crecepelo del siglo XXI, de esos que predican ante sus huestes bajo el epígrafe de "coach", amalgama algún conato de sentencia en el que puedas detectar las palabras desafío y confort, efectivamente, tienes que salir, salir corriendo, que cantaría con tino Amaral. Como alma que lleva el diablo. Probablemente, lo más cercano que ha estado el interfecto de sacrificarse y salir de su zona de confort fue cuando el editor de su último best seller, "cómo hacerte rico en two easy lessons", le apremió para que revisara una docena de portadas con su careto y su sonrisa profident, una de esas tardes de sofá, manta y evento deportivo en la tele de 55 pulgadas de su salón. Para tí, que una tarde tranquila es que la niña no traiga un cerro de deberes, se duche sola y puedas pergeñar con el contenido de la nevera una cena razonable, ajena a geometrías nutricionales explicativas de las nuevas tablas de Moisés, pero que al menos quite el apetito, no hay otra que asirte a tu mierda de zona de confort con la fuerza de una lapa en plena galerna. Si por un casual, los astros están de tu parte en alguna de las múltiples facetas de tu eterno retorno hacia los átomos de carbono que fuiste y serás, ya sabes, si puedes, que dure. Que lo más cerca de salirte de la zona de confort sea ese pie que asomó de la manta y se ha quedado destemplado un domingo de invierno terminada la siesta.

P.S.: Hasta los resucitados lo tienen claro.






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