Contener la respiración


Pues un año después aquí estamos. De momento, como mejor resultado y como única expectativa. Y habiéndolo cambiado todo para seguir exactamente igual. Lamentablemente, desconozco cuál de los tres vectores fuerza que conforman nuestras decisiones está boicoteando el cambio. Si es que alguna vez ese escenario formó siquiera parte de alguna de nuestras hipótesis. No, no hemos salido de nada, pero sí estamos en condiciones de garantizar que, si alguna vez lo hacemos, de ninguna manera vamos a mejorar en nada. Resulta extremadamente utópico apostar por ello ahora que hemos comprobado que las crisis, en las que depositamos nuestras esperanzas, no tienen porqué perfilarnos sino que más bien pareciera que únicamente se dedican a exacerbar la mezquindad que nos caracteriza.


Ahora, que por fin se ha descongelado el sendero de nuestro camino urbanita, han salido a flote buena parte de nuestras miserias. Si no hemos sido capaces de recoger las mierdas de nuestros canes del amasijo de cristales de agua donde sucumbían, y que, como el pelo de mamut en el permafrost de la estepa, nos estaban esperando para evidenciar a la luz de la ciencia el ombliguismo constante y sonante que nos alumbra, ¿a qué demonios aspirábamos cuando la supervivencia, literal y económica, estaban sobre la mesa del casino? No parece arriesgado aventurar que, como el apneista sincopado a resultas de los cambios de presión y los gases rutilantes que se adueñaron de su circulación y los tejidos, apenas resultamos muertos por ahogamiento. Así lo confirmaría nuestra insistencia en confundir la última escena grabada por nuestra retina, en la que la superficie salvadora al alcance de la mano no era más que el abismo del precipicio que a todos nos espera. Si los alíseos nos acompañan y siempre que alguien recoja nuestro cadáver antes de que las zonas blandas del mismo sirvan de pasto para los peces.


Seguramente doce meses después no pueda ni deba añadir mucho más. Lo más sabio sería relamerse las heridas en la soledad del perro apaleado. Pero claro, qué sería de mi reputada soberbia si no osara recalcar, una vez más, que los mejores ingredientes no conforman el mejor plato. Niguna de las comodidades de la ecuación espacio-tiempo, ninguno de los crecimientos profesionales, ninguno de lo emolumentos pírricamente mejorados pueden hacer siquiera en conjunto ni una miaja de sombra a una compañía inmejorable. Resulta extremadamente patético acostumbrarte a gastar, aparcado en las penumbras del polígono industrial, tus minutos de adelanto dentro de un vehículo que esa misma mañana se convirtió en barca del Aqueronte con billete de ida al Tártaro. Qué gentuza.

P.S. Parafraseando al verdadero creador de Superman, "la vida sin la música es sencillamente un error, una fatiga, un exilio". Que el esperpento desnortado de mis renglones no desvíen el arte de serguir refugiándonos en el calorcito del estiércol tal y como haría el prudente escarabajo pelotero.



 

 

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