Happy Birthday


Una de esas sentencias, adjudicadas siempre por defecto al bueno de Einstein -podemos asegurar que todo lo que suena bien a nuestros oídos tendemos a imputarlo al ínclito alemán de Ulm- decía, que la cita a la que me refiero define la locura como la reiteración en las mismas acciones en pos de un resultado diferente. Vamos, otra de esas obviedades contra las que se rebela nuestra muy mejorable existencia, con el beneplácito negligente del perezoso sentido común, y que, a sensu contrario, nos podría hacer creer que un resultado exitoso solamente requiere de la repetición de las acciones que lo precedieron para convertirlo en imperecedero y perpetuo. Por suerte, desde bien pequeños advertimos que las monedas de la sabiduría no tienen doble cara y el simple advenimiento del vástago menor del clan nos graba a fuego que todas las trastadas, las mismas que hace un instante ocasionaban sonrisas y carantoñas en progenitores y aledaños, tornan de un día para otro en reprimendas y torrente lacrimógeno. Si bien es verdad que la mayoría pasamos por ello sin descerrajarle un par de cartuchos en el pecho.


Un poco así me imagino ahora al no hace tanto Pericles de Borbón. Si el titanio de su cadera obrara el milagro, JCI "y penúltimo" se me presenta en la imaginación dando pasos perdidos por la vasta suite en el refugio del Golfo. Hasta los cinco/diez años la plasticidad del sorbete que alberga tu cocotera encaja casi cualquier cosa. No sé si adentrada la primera pierna de uno en las frías sábanas de la cama de la pálida dama, que soportará nuestros ronquidos en el descanso eterno, es tiempo para asimilar que la otrora entregada multitud, la misma que reía todas tus gracias al grito de campechano, haya cambiado hasta el punto de portar ahora horcas y antorchas en pos de colar tu cabeza en un cesto, de igual forma que lo haría de madrugada  cualquier saltimbanqui de camiseta de tirantes y pantalón corto. ¡Desde el parking!


Y, sin embargo, no es la estupefacción de su mueca frenada por el bótox lo que más se me atraganta en esta historia Real e inventada. Que a nadie se le olvide, por cierto, que a quien deja en el lodazal de la inmundicia moral es al populacho mesetario, siempre alegre en su condición de súbdito y con unas tragaderas que ya quisiera para sí Gargantúa. Lo que más me repugna, como decía, es la consensuada posición del varón como agente libinidoso insaciable ajeno por completo a trepar por la escalera de la enajenación mental transitoria conocida como enamoramiento. Nadie ha considerado la posibilidad de que los arreglos matrimoniales que afectaron a la griega y al borbón, de los que parece se ha librado su hijo "el preparao", hayan convertido el devenir sentimental del romano en un calvario, antagónico al perpetuo colmado de sus deseos al que SM ha estado acostumbrado en cualquier otra materia. Se asume urbi et orbe que, por su condición de varón, el solo hecho de resguardar el boquerel a buen recaudo, en el mullido nido que la ocasión le presente, es causa suficiente para coronar el cuarto escalón de la pirámide de Maslow. Se ve que los versos de Quevedo tan solo eran cebo para pescar a una sirena despistada con la que traquetear en el jergón del número siete de la calle que ahora lleva su nombre. Así están las cosas por mucho que hayamos visto perder la cabeza a sujetos anónimo del género masculino o al mismísimo JFK babeando al compás del "happy birthday to you". Y creo que es precisamente por ello que, después de haber pasado un buen tiempo señalando al monarca en pelotas, me bajo sin hacer ruido de un linchamiento para el que, como para casi todo, no estoy preparado.

 

P.S. Mi cada vez más ecléctico apetito musical no es capaz de elegir cuatro minutos y medio de odas a Cupido entre tan abundante carta. Diría que 3/4 partes de la discografía que nos hace compañía dispone de una sola temática, manifestada desde diferentes ángulos según la etapa de la vida en la que uno se encuentre. A duras penas me quedo con la precisa expresión de mi granadino de cabecera en modo Big Band americana. Cómo no ponerme en el pellejo real si hasta a su regia majestad lo colocan al frente de la barbacoa. ¡Aviva ese fuego, Juanqui!

 



 

 

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