Nº 8

Parece que vamos rezagados. Se ve que hemos olvidado la inexorable segunda ley de Newton cuando enuncia el antagonismo entre la magnitud de la masa y la cuantía de la aceleración obtenida por el impulso de la fuerza neta. La condición de agujero negro mesetario de la urbe capitalina no iba solamente a poblar las aceras de edificios públicos de toda índole y condición. Estruendosas anomalías dentro de un downtown que camina irremediablemente hacia convertirse en otro parque de ocio con diferentes parades semanales, que rieguen de confetti sus avenidas al ritmo de majorettes y cornetas. Así y todo, una semana de retraso en la llegada a la orilla de arenas blanquecinas de la nueva normalidad no ha mermado el entusiasmo general. Ahora sí. Es tiempo de cumplir con los reencuentros: los acordados, los obligados y los inimaginables tres meses antes. Parece que por fin vamos a poner sobre el tapete cuánto mejores hemos salido no se muy bien de dónde ni por qué.

Es precisamente en estos momentos de luz al final del túnel, cuando a mi estúpida curiosidad le da por levantar las piedras depositadas por la batida de la marea sobre la idílica arena. A nadie le sorprenderá que buena parte de ellas resguarden pequeños crustáceos, algún molusco filtrando agua del pocillo generado y esas aceitosas manchas de galipot, que son las que a mí me interesan y que resultan una buena metáfora de los estragos de la civilización. Es quizá por ello que desdeñe en gran medida la anhelada nueva normalidad. Me temo que no me gusta, pero todavía no sé si por nueva o por normal. Necesitaré un tiempo para averiguarlo, si es que dura, lo cual está por ver. Dicen que la frondosidad de los nuevos brotes del virus nada tienen que ver con los mustios brotes verdes que anunciaban gobernantes de antaño por estos pagos no hace tanto.

Así que, centrifugado, en el escaso instante de pausa que alberga el ojo del huracán de este Espejismo nº8, barrunto que apenas atesoraré, como recompensa de este recién estrenado bienestar, los cautivadores efluvios que a buen seguro desprenda la maraña de líquenes y musgos de la pétrea melancolía en la que, como las lapas durante la galerna, nos vamos a instalar, una vez desalojemos por la ventana los crepitantes episodios de nostalgia. Esos bandidos que nos acompañaron en nuestra celda de sofá y Netflix y que, a su vez nos hicieron creer que solamente había que esperar para el regreso de lo añorado. Benditos ilusos.

P.S.: Las historias y las rimas de Sabina son de matrícula. Sin embargo, siempre me pareció excesivo en lo explícito, privándonos su lirismo en ocasiones del placer de desentrañar metáforas y asignarle cada uno el significado conveniente. Pero, vamos, abruptos pellizcos de monja de un necio ante la irrupción de un talento extraordinario. Aquí una prueba versionada.



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