En mi micromundo quizá

El cautiverio no siempre es sinónimo de producción a destajo. Bajo mi prisma irregular, tiene mucho de temporada de des-propósitos. Sin duda, las musas, a lo largo de mi yerto devenir, nunca dejaron de ser la última estación de la línea 7 del metro. Ahora ya ni eso, tras la hipertrofia de la infraestructura pública en los tiempos de la megalomanía liberal, con marquesado en título y tijera inaugural en mano. Pero claro, la abrupta interrupción de la cálida rutina ha colmado el tablero de estímulos irresistibles al asombro, la inquietud y la disposición temeraria a la improvisación en el relleno del tedio. Tan poco recomendable como inexorable. Y se han presentado muchos candidatos a esta picota de de cuchilla roma: los iluminados del "ya lo decía yo"a los que nadie recuerda, la deliciosa náusea que se me genera siempre cuando el alérgeno mindfulness hace aparición en slogans del estilo  "entre todos lo paramos", la fracasada esperanza del algo bueno quedará y nos lavaremos las manos con fruición hasta el día del juicio final o, sin ir más lejos, la de esta última mañana en la que un ilustre invitado al magazine vespertino de turno se vanagloriaba del ingente tiempo que pasaba en estos tiempos de confinamiento la prole junto con los progenitores. Sin preguntarse, por supuesto, sobre la autonomía de la voluntad, al menos de aquellos a los que se les supone. Desde luego, no tengo ni idea cómo le fue en la isla de If al bueno del conde de Montecristo, pero 60 metros cuadrados útiles no son el paraíso por mucho Netflix con el que se cuente y se pongan ustedes como se pongan.

Expuesta la relación de asuntos con méritos suficientes, es el momento de concretar el que más ha tremolado en lo más recóndito de mi perezosa sinapsis. Me refiero a esa declaración de intenciones, desconozco si buenas o malas, que ha inundado los discursos de los sabios de Twitter o columna de opinión. Todos, siempre con el ceño bien fruncido mas desconozco si desde la fe o el desdén, apuntan con seguridad que este vaivén se llevará por delante la realidad conocida hasta ahora, porque "así, no podemos seguir". El enésimo Rubicón que vamos a traspasar en las cuatro largas décadas de existencia para moi. Una vez que semejante sentencia reverbera en mi ya poco elástico tímpano, el sistema inmunitario que porto desencadena la reacción inevitable: "esperemos que no" se escucha en el eco que genera la oquedad de mi cráneo.


A primera vista entiendo que puede resultar contradictorio, especialmente cuando uno lleva ordenando por escrito su muy poco prolífico amasijo de pareceres y dudas en este espacio virtual durante demasiado tiempo, seguro que más de lo debido. Las infectas líneas de este blog acumulan un buen puñado de centilitros de mi mejor vinagre para muchas de las circunstancias que me han tocado en este crucero con pulserita de colores y barra libre de garrafón. Sin embargo, expuesto a la posibilidad de un giro copernicano y con todos los ingredientes apuntando a un guiso decantado claramente hacia la seguridad, en esa eterna sokatira que disputa con la libertad, se hace necesario refrendar que ha sido un placer resultar sujeto pasivo de este globo sin helio, especialmente en las coordenadas temporales que el azar ha tenido a bien asignarme. Ha sido un placer discurrir por una civilización occidental decadente. Creo que hemos sido muy afortunados. Tal y como expone Gervais en el monólogo Humanity, tan recomendable, Cronos nos ha regalado esa estrecha ventana de tiempo en la que desde posiciones medio acomodadas hemos gozado de vivir ajenos al sistema establecido, sin perder las comodidades que el mismo nos ha proporcionado. Soldados de la rebelión de salón, desde trincheras mulliditas hemos podido despotricar contra el ancien regime y asistir, con entrada de primera fila, a la mueca iracunda de la nostalgia que todavía subsiste. Es obligado recordar ahora que no hace tanto a nuestras hermanas aún les preguntaban por qué demonios iban a estudiar, que un par de generaciones más antiguas que la nuestra todavía se rige por una supuesta ley natural para identificar lo normal de lo anómalo a erradicar. No nos conviene, si por una vez la amenaza torna en realidad, despedirnos amargados de un tiempo glorioso para el hedonismo libertario en el que las pulsiones que a todos nos acompañan, al menos han podido asomar la cabeza ajenas a las presiones de la moda, la cultura o el mainstream del momento. Ha sido un placer.

P.S. Da rienda suelta a los ojos que genera tu mejor sonrisa. Por lo que pueda traer consigo la aterradora nueva normalidad, que tanto se menciona últimamente.



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