Me temo que el próximo lunes se consume la vela que ocasiona la mueca sonriente en la jeta poco graciosa que se me entregó junto con el resto de impedimenta para transitar por la vida. La losa del eterno retorno se hará presente como cada septiembre con sus "hayques", sus coleccionables por fascículos y la paulatina merma, aunque lamentablemente ya no tanto, del volumen de sucesos luctuosos en los noticiarios. Colmado de obligaciones y coadyuvado por un impulso perezoso siempre alerta, que se arraigó en mí mejor que el listado de capitales europeas, abandonaré a buen seguro el tiempo de observación, asombro, elucubración e hipótesis para caer sin remedio en el sendero triunfante del siglo XXI, exitoso camino de ladrillos de oro cuyas inexorables etapas discurren desde el consumo a la decepción, pasando seguro por el deseo y la fantasía.
Las postrimerías del receso laboral han dejado en el hule lamparones incrustados de la primera ensaladilla rusa de una cena cualquiera de esas en las noches sin carácter de principios de julio, que no se acaban de imponer al por entonces todopoderoso Helios. Manchas recurrentes hasta la náusea en algunos casos como las olas de calor, coño, es verano o el listado de bajas por cornadas en encierros patronales. También pequeñas variaciones recursivas, estilo del Bolero de Ravel: este año en la intoxicación alimentaria, donde hemos cambiado a la tradicional salmonella por la listeria y en la canción del verano, cuyo ranking hemos abandonado por unos burdos debates respecto de la censura que merece la creación artística (un médico en la sala, por favor!) de una criatura del señor ataviado con un chándal y que entiende por rima terminar un verso en "mejol" y el siguiente con el mismo vocablo. Es evidente que el verano es un buen momento para perder la esperanza en la especie humana. Igual es por ello que las dos bombas atómicas se lanzaron a mediados de agosto. Ya me puedo imaginar al general yanki de turno hasta las narices de bajar a las playas de Malibú pertrechado con la sombrilla, las tres sillas, el flotador 3XL de la descendencia, la bolsa de mimbre cargada hasta los topes y con la puta entropía haciendo arabescos con el exceso capilar de su axila en las minúsculas rendijas del trenzado vegetal de tan ecológica bolsa. Dios bendiga al poliuretano. Cualquiera pierde la oportunidad de pedirse una plaza en el Enola Gay en semejantes circunstancias.
Pero, como siempre, qué sería de uno si apenas se dejara llevar por la corriente, aunque ésta provenga de un huracán de categoría 5 con nombre de princesa de Disney. Así que salvo para tratar de averiguar qué demonios era la célebre carne mechá, las curiosidades gastronómicas siempre van primeras en la lista, apenas he prestado atención sobre todo ello. He preferido dilapidar los escasos segundos que me concede el sobrehumano esfuerzo que me supone izar los párpados para deleitarme con todas esas compilaciones de carbono que me acompañan y que, con intención o incluso desde la más cándida negligencia, consideran cruzarse en mi camino. Y, aunque ya sabéis que sobre todas las cosas no somos gente bajo ningún concepto, no es poca la que colabora para que el devenir resulte en ocasiones confortable. Gracias por los servicios prestados.
P.S. Qué la hiperglucemia no pare! Un camión extra de melaza de manos del piano de ese prodigio pop que es Elton John con inocente mensaje de su letrista por entonces Bernie Taupin.
Las postrimerías del receso laboral han dejado en el hule lamparones incrustados de la primera ensaladilla rusa de una cena cualquiera de esas en las noches sin carácter de principios de julio, que no se acaban de imponer al por entonces todopoderoso Helios. Manchas recurrentes hasta la náusea en algunos casos como las olas de calor, coño, es verano o el listado de bajas por cornadas en encierros patronales. También pequeñas variaciones recursivas, estilo del Bolero de Ravel: este año en la intoxicación alimentaria, donde hemos cambiado a la tradicional salmonella por la listeria y en la canción del verano, cuyo ranking hemos abandonado por unos burdos debates respecto de la censura que merece la creación artística (un médico en la sala, por favor!) de una criatura del señor ataviado con un chándal y que entiende por rima terminar un verso en "mejol" y el siguiente con el mismo vocablo. Es evidente que el verano es un buen momento para perder la esperanza en la especie humana. Igual es por ello que las dos bombas atómicas se lanzaron a mediados de agosto. Ya me puedo imaginar al general yanki de turno hasta las narices de bajar a las playas de Malibú pertrechado con la sombrilla, las tres sillas, el flotador 3XL de la descendencia, la bolsa de mimbre cargada hasta los topes y con la puta entropía haciendo arabescos con el exceso capilar de su axila en las minúsculas rendijas del trenzado vegetal de tan ecológica bolsa. Dios bendiga al poliuretano. Cualquiera pierde la oportunidad de pedirse una plaza en el Enola Gay en semejantes circunstancias.
Pero, como siempre, qué sería de uno si apenas se dejara llevar por la corriente, aunque ésta provenga de un huracán de categoría 5 con nombre de princesa de Disney. Así que salvo para tratar de averiguar qué demonios era la célebre carne mechá, las curiosidades gastronómicas siempre van primeras en la lista, apenas he prestado atención sobre todo ello. He preferido dilapidar los escasos segundos que me concede el sobrehumano esfuerzo que me supone izar los párpados para deleitarme con todas esas compilaciones de carbono que me acompañan y que, con intención o incluso desde la más cándida negligencia, consideran cruzarse en mi camino. Y, aunque ya sabéis que sobre todas las cosas no somos gente bajo ningún concepto, no es poca la que colabora para que el devenir resulte en ocasiones confortable. Gracias por los servicios prestados.
P.S. Qué la hiperglucemia no pare! Un camión extra de melaza de manos del piano de ese prodigio pop que es Elton John con inocente mensaje de su letrista por entonces Bernie Taupin.
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