Alta traición

Sin duda que la caída del velo que cubría la cara de hormigón de la purrela de nostálgicos, que siempre estuvieron allí agazapados, es una gran noticia. Con su portavocía de camisas prietas y cuellos desabrochados, cuando no es domingo es fiesta, nacional, faltaría más. La última mascletá explosionada la han bautizado con el nombre de pin parental. Un sucedáneo de marca blanca en forma de reducción al absurdo de la difícil reflexión que siempre genera pensar sobre la responsabilidad parental durante la tutela del infante. Como de costumbre, para nuestra desgracia, raudos han acudido los replicantes con las mochilas colmadas de lugares comunes y sin ningún interés por aprovechar el estruendo para incorporar, durante la calma posterior obligada, argumentos complejos sobre tan delicada cuestión. Lamentablemente ni su liderazgo ni la demanda popular ayudan. Otra vez más tendremos que dejar que vociferen sus slogans, mientras la gente valiosa de nuestro entorno hace por sofocar las dudas que siempre se nos generan.

Uno, que cuenta entre sus virtudes con la de exprimidor del resto del tamiz por el que pasó la última brizna de coque, no va a dejar de aprovechar la ocasión para salir por la tangente. Colindante a la interesante cuestión nuclear planteada, me ha vuelto a dar un puntapié en las gallinejas la necesidad que esta parte de la población manifiesta en cuanto a que el mundo se comporte, todo él, exclusivamente cual numerario de su secta. Ya no se trata de que uno entienda que su visión monofocal de la realidad sea la acertada y la privilegie sobre las otras, sino que exige de los demás, insisto de nuevo: todos los demás, que abandonen su alteridad y se subsuman en uno mismo y sus monolíticos ideales. Apuesto buena parte de mi peculio a que había tíos en el rancho de Waco menos iluminados que nuestra actual hueste de casposos ofendidos con denominación de origen. No es que traten con desdén las posiciones ajenas a las propias, sino que en su edén extracavernario se hace imprescindible conseguir que ni siquiera se puedan mostrar. Por este camino van a tener que pillar una gran isla para dar espacio a todos los que vamos a ser tratados como leprosos cuando los correajes recuperen el cetro, no tardando mucho.


Igual para entonces ya se ha ejecutado el necesario update de los tipos delictivos medievales que reposan en el corpus legislativo garbancero. Pero aún sin el remozado prometido, en lo que a mí respecta se pueden ahorrar costes procesales. El sujeto que suscribe se declara culpable de delito continuado de alta traición. Uno de los pocos ejercicios que mi muy mejorable disciplina pone en práctica sin saltarse una clase. A diario abjuro de todas esas costumbres que parecen conformar al español medio. Con premeditación y alevosía, por supuesto. Mis deposiciones, tanto las escritas como las orales, se encargan de refrendarlo. He alcanzado una expertise en el ejercicio de la traición que ya hace tiempo me manejo con soltura haciéndome compañía a mí mismo. Vale, no he llegado al selfie pero puedo asegurar que ayer, sin ir más lejos, me sostuve la mirada un par de segundos mientras me afeitaba. En mi jaula de Schrödinger siempre aparece el cadáver de las promesas incumplidas, los restos de deseos mutilados y las delirantes potencias que nunca vieron la luz. Ejercitar la libertad, dicen que se llama.

P.S. Condenado seguro para la otra vida, vengo a terminar lo que empecé. Si pudieras leerme el pensamiento, sabrías que, al final, por el camino que vamos solo nos queda dejarlo morir. Por algo soy el rey de las mañanas de niebla.















 

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