Estafa con patas

Lamentablemente, los malos augurios de la primavera pasada cristalizarán en breve. Pese a que mi nivel con las artes adivinatorias siempre ha estado a la altura del desempeño de Chiquilicuatre como tenor, no cabía duda que la estocada de por entonces iba a traer seguro una defunción por hemorragia incontenible de talones, aunque ahora se disfrace en el soporte documental del óbito. Aceptemos a regañadientes que los siete meses transcurridos desde tan infausto momento han resultado el abrazo emocionado de las películas, ese instante que se escapa entre las manos previo a bajarle los párpados al fiambre todavía templado.

En plena temporada de excesos navideños, mi pacata mirada se fijará en las carencias. Aún me recuerdo absorto en el refugio de mi cabeza con la performance que tuvo a bien perpetrar nuestro amado líder el jueves pasado, escasas 24 horas después de la comida navideña de empresa. Que un sujeto, entrado hace tiempo en la senectud, con trayectoria y posibles para haber acaudalado la sabiduría suficiente como para evitarse ciertos ridículos, trate de adoptar, una vez más, ante los cobardes ojos de sus cooperadores necesarios, el papel de plañidera afligida por sacar de la empresa, esa misma que lleva veinte años saqueando, a ocho de sus integrantes, solamente se puede deber a una carencia absoluta de escrúpulos. El tono, el gesto, la convicción en el pútrido aliento de su discurso me dejó por momentos la sensación de que creía a pies juntillas la sarta de mentiras y lugares comunes que lo componían. La carencia de autocrítica y el narcisismo exacerbado parecen bien arraigados en las élites ibéricas de caracolillo en la nuca y mocasines con borla. Si éste es el nivel, no me sorprende la paupérrima imagen que se genera en otras latitudes con la estampa de estos gérmenes portadores de caspa.

Bien es verdad que uno no ordena su pensamiento para enfatizar las miserias de la carcunda que le ha pastoreado, por evidentes y sangrantes que resulten. El ocaso de mi neurona masoquista prefiere hacer sangre conmigo mismo. Es por ello, que aprovecho esta ocasión para corroborar urbi et orbi, pues ya lleva un tiempo siendo indisimulable, la carencia absoluta que me caracteriza en las habilidades necesarias para manejarme en la pérdida. Si las entregaron como los talentos de la parábola, ese día un servidor estaba en el bar. Uno tenía la esperanza de que debido a una reiteración en la práctica del verbo perder que roza el nivel de Sísifo, a disponer de una autoestima muy de andar por casa y, además, contar con la ambición de un elefante camino de su cementerio, en semejantes circunstancias, no debería padecer el grado de aflicción que en estos momentos me asola por completo. Desde luego, buena prueba de que, además de un tuercebotas, apenas sigo resultando una estafa con patas. Es desconcertante que todavía quede gente que me siga comprando la impostura de gélido pedrusco que malamente pergeño, incluso en medio de la zozobra de la desolación. Por supuesto, si me dieran a elegir, dilapidaría de buena gana una parte sustancial de mi fortuna por asirme, aunque fuera un instante más, al clavo ardiendo de la dulce mentira y no seguir sobreexplotando la musculatura cigomática para libar con ahínco la última gota del néctar de la flor de la moringa, cuyo aroma atesoraré como objeto de un legado evanescente sobre el que anudar inútilmente la ristra de recuerdos a los que me tendré que aferrar cuando la nostalgia derive en naufragio.

P.S.: La discografía que me acompaña siempre ha estado llena de canciones de odio y rabia. Válvula habitual de los seres inofensivos. Pero sería darle demasiada importancia a quien no la merece y un parco agradecimiento para quien tanto nos ha hecho disfrutar, lo que me haría incurrir en una de las carencias más me escama: la que se refiere a escatimar los reconocimientos al otro, que tanto se imposta en la actualidad para no mostrar en público debilidades. Que la belleza de los versos hagan justicia, escasa e insuficiente, pero algo de justicia, a toda la que generosamente nos han regalado algunos de los ejecutados y, sobre todo, que ellos lo sepan.




   


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