Cualquier tiempo pasado, pasado está.

Incumpliendo de nuevo lo anunciado, regreso a esta escupidera a depositar los excesos fluviales que me generan tan a menudo las disquisiciones, que tienen a bien publicar en sus web, mis, nunca suficientemente ponderados, diarios de tirada nacional. Nacional precisamente, pese al embuste que recoge por cabecera, el diario El Mundo daba pávulo hace unos días a una entrevista promocional de un libro de contenido sugerente en torno a un sistema educativo otra vez puesto en solfa. Como de costumbre, al menos desde que ingresé en él cerrando los setenta del siglo pasado. El intrépido autor del ensayo trataba de condensar las ideas fundamentales del mismo al son de unas preguntas con respuesta incorporada. Ni que decir tiene, que por fundamentación, experiencia y empeño dedicado, os resultará tremendamente más cultivador su lectura que la paupérrima perorata que al capricho de mi antojo se le ocurra perpetrar de aquí en adelante. Mas es de sobra conocido que la imprudencia por escrito debe estar entre mis ejercicios de cabecera.

Lo que primero me llamó la atención fue la edad del autor. Casi una década más joven que yo, me pareció un sujeto atornillado a los mentirosos vapores con los que nos envauca siempre la nostalgia. A simple vista, por grosera juventud, me resultaba un ataque demasiado anticipado de la característica inflamación del pretérito, esa que siempre se nos asienta a la par que vamos desconectándonos del mundo que nos rodea. Chico, no habiendo llegado a los cuarenta es un poco prematuro asirse a lo bien que lo hacíamos antes como contraposición a lo mal que se hace ahora. Solamente por probabilidad, es harto seguro que el sistema educativo actual disponga de taras suficientes para colmar un tren a Kolyma con ministros de educación, pedagogos, maestros y editores de libros de texto. Ganas no me faltan. Pero eso, de ninguna manera convalida las innumerables deficiencias que contenía el que padecimos con anterioridad. Razonamiento de primero de causalidad. La fascinación de la idea de lo vivido en perpetua derrota envidiosa con la de los que ahora están on fire para gozar la existencia es un elemento demasiado humano como para reprocharlo, pero, insisto, está fuera de tiempo por prematuro.

Mira que me apetece, pero no voy sacar partido de los escabrosos eslogans que se recogen a lo largo de la entrevista, tan bien conducidos por la redactora de la misma, para concretar esa ensalada de gris perla que tanto gusta al nostálgico lector medio del anquilosado diario. La sobreponderación de la memoria como ingrediente exclusivo del conocimiento, las diatribas contra el siempre culpable teléfono móvil o la pueril confusión del instrumento con el fin en el tradicional desprecio a los nuevos canales de comunicación, bien podrían haber disparado mi vesícula hasta límites desconocidos. Qué decir del apéndice que recoge el desgastado discurso mesetario y garbancero sobre Cataluña. Sin embargo, voy a tratar de refutar exclusivamente la gran idea fuerza que desprende toda la entrevista. Llegar al premio a través del castigo es tan viejo como la historia del universo. Esa apología del sufrimiento paulista, que espera y desespera una ulterior redención, la cual no existe y nunca va a llegar, en un sujeto que no alcanza las cuatro décadas, merece ser extirpada a la velocidad de un glioblastoma. Repite conmigo, criaturilla: Nadie obtiene lo que merece, nunca se recoge lo que se siembra, el premio inmerecido y por sorpresa siempre sabe mejor. Si la azarosa fortuna se te presenta, agárrate al deleite como si de ello dependiera tu vida, que de merecimientos están llenas las fosas y de cosechas malogradas las compañias de seguros agrarios. Te lo asegura un Übermensch que nunca pasó de camello a león y la sota de oros del tarot.

P.S.: Y para culminar el incediario panfleto ut supra, la teoría de la reflexión de la imagen especular en ese callejón del gato que siempre conforman los acordes del rock con las letras certeras.





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