Jornada de reflexión: In memoriam

Los medios, que andan enfrascados en el infinito carrusel político 24x7x365, tienen un día como hoy una espinita clavada. Aborrecen la jornada de reflexión y no dudan en despotricar contra la misma con cuatro lugares comunes que se reducen a que les resulta anacrónica. Aquí, el adjetivo debe interpretarse como que merma su rentabilidad y no con su significado tradicional de inútil para su tiempo por vieja. Debe ser por llevarles la contraria, como de costumbre, que a mí me parece un oasis en un peregrinar por el desierto que se hace tremendamente tedioso, seguramente también por culpa del paso del tiempo. Que nuestro muy mejorable cuerpo legislativo implante, en una de sus innumerables disposiciones, un respiro de 24 horas para los tímpanos del sufrido ciudadano ante tanta necedad vertida, debería ser celebrado como merece. Veinticuatro horas de barbecho para nuestras meninges, regadas en aluvión por estupideces a cascoporro. Todo un lujo.

Además, en lo personal, puedo asegurar que sí resulta de utilidad. Esa doble flexión encefálica siempre me recuerda que lo normal es perder. Al menos en mi caso. Días como hoy refrescan en mi memoria esa ilustre retahíla de grandes pronósticos que, como los ladrillos amarillos de Oz, tienen visos de culminar con un final a la altura de la decepción de Dorothy. Sin ir muy lejos, ahora que resultará reelegido Presidente del Gobierno, el último de convertir a Ken Sánchez en un Rodolfo Llopis cualquiera. Que nadie se preocupe, el fiasco es mi ecosistema y no tardará en aparecer la mano condescendiente que me rasque la espalda intelectual, recordando la importancia del camino en un Viaje a Ítaca de suburbio por autovía de circunvalación.

Sin embargo, como ya he manifestado en alguna otra ocasión, no son los despropósitos de mis opiniones públicas los que laceran mi desvergüenza. Lamentablemente, el tiempo ha esculpido sobre mí un personaje que, como el argentino medio, para hecerse rico debe comprarse por lo que realmente vale y venderse por lo que dicen que vale. Estas jornadas de reflexión resultan especialmente puñeteras cuando es la introspección la que asienta sus posaderas en el banquillo de los acusados. Así, aunque, siguiendo mi recetario habitual, he dejado transcurrir un lapso de tiempo en pos de un reparador olvido, me cuesta sacarme de la mollera una de mis últimas y denigrantes performance. Como esa dieta de lunes por la mañana que no llega a mediodía sin haber redesayunado, había dispuesto en mi cabeza que mi último desempeño profesional iba a ejecutarse en la escala de grises, ajeno a ocupar espacios que siquiera hicieran asomar la cocorota por encima de la trinchera. En poco tiempo, a resultas seguro de mi escasa fuerza de voluntad, probable de una miserable vanidad y sin desdeñar la ínfima porción de culpa del nefasto azar, ya me he vuelto a ver en otra de esas de las que había abjurado. Así anduve un jueves de dolores, como un Eichmann cualquiera, acicalando los trenes de la ignominia para seis compañeros trabajo con billete a las oficinas del SEPE, previa escala en el SMAC.

La náusea aún me dura. Probablemente el volcán de la bilis sigue en activo como consecuencia de una conjunción de ingredientes que hacen imposible digerir un guiso de este calado sin los tiempos y los jugos gástricos de una anaconda. Puedo relacionar someramente aquellos que salpican las llagas de sal y vinagre; los que escuecen pero sabes que sanarán: el impostado victimismo de todo a 100 del verdugo, la rapiña del ajuar de la abuela entre algunos de los supervivientes, la sonrisa pírrica apostada en la quijada de los vencedores o la inexorable deriva a la que se enfrenta ahora una nave en la que ya solo importa el ron. Asqueroso, pero llevadero gracias a la compañía de esos que moramos ahora en el módulo de los presos con mono naranja fluor, donde tambien hay espacio para la admiración e incluso la veneración en algunos casos.

Sin embargo, el trago amargo de verdad es de nuevo la pérdida. Otra vez la definición de Tversky vibra en el cordón que sujeta mis orejas por dentro. Qué ínfimas posibilidades tenía un artefacto como moi cuando fue arrojado al universo probabilístico (donde siempre sale cruz, aliño propio) de encontrarse con personas de la valía de los decapitados? Y ahora, sin preverlo, van y te los quitan. Que sí, que la pérdida es un acontecimiento seguro y todas las demás zarandajas que conocéis de sobra. Pero, quién va a replicar con generosidad infinita las sinsorgadas que se me escapan entre bocado y bocado?. Obviamente nadie, el egoismo, que siempre me conduce, ya las ha extirpado de mi discurso tan pronto como ha detectado el eco como respuesta. Pues sí, sonaba hiperbólico, pero, una vez reflexionado, es imposible negar que mis viajes a Fuenlabrada eran para ir a comer, lo de currar siempre fue secundario. 

P.S. Como estas pérdidas son solo el preludio de las jodidas que están por venir, regocijemos la calma en la zarza que conforman los versos de Kutxi Romero, esos que con el lirismo en niveles épicos siempre nos cantan las verdades del Barquero.

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