No puedo recordar jamás

Tiene razón la pléyade de divulgadores científicos que, como el exleproso de La vida de Brian, andan pidiendo limosna por los angostos pasillos del mercadillo de YouTube. Cualquier financiación que obtengan es poca para el retorno que son capaces de producir, no ya en conocimiento, aplicaciones y demás, sino, especialmente, en la generación de sugerentes breves de prensa, que nos amenizan el trayecto hacia la implosión de la estrella que nos amamanta.

Hoy le toca en suerte el Nobel de mis felicitaciones a un grupo de alemanes. Lugar donde, como sabemos, el trabajo os hará libres, claro. Al parecer, unos cuantos hijos de Wagner o cuando menos exiliados PIGS contratados allí, han convocado a los medios para revelar una gran noticia. De esas cuya expectación compartirá portada del Saber Vivir junto al enésimo tratamiento para aliviar el estreñimiento que te ocasiona el hierro o, con un poco de suerte, una línea junto al torso apolíneo de un gentil varón, el cual, según asevera Quo, apenas alimenta todo ese vigor ostentoso con una docena de semillas; superalimentos lo llaman los muy cachondos. Miserias al margen, os decía que un equipo de científicos acaba de informar, tras ímprobos esfuerzos, que esta combinación de carbonos, que nos conforma a todos, es capaz de acordarse en sueños de cosas que no recuerda despierto. Y no, creo que no se refiere a aniversarios y onomásticas que ten por seguro no se iluminan por más que lo necesitas. Informan nuestros gladiadores del método científico que mientras dormimos, la actividad cerebral, con independencia de la reactivación de la banda gamma que activa cualquier imagen en nuestro cerebro, cualquier botarate es capaz de adentrarse, sin petate del Decathlon, en el recóndito hipocampo y traer recuerdos multimedia de vuelta a nuestra alegre recreación como si tal cosa. Excursión del todo imposible, según se nos informa, en estado de vigilia. Vale, así a priori, seguro que no os inquieta en absoluto. Sin embargo, en el particular dislate de mi juicio, sí que ha resultado una de esas confirmaciones de sospechas que llevaba uno barruntando. Y, como extra insospechado además, nueva munición en mi batalla perdida en defensa de la rendición como modus vivendi.

En primer término, como decía, se acredita, de conformidad con el actual estado de la ciencia, el oasis que supone el manantial onírico para atravesar el desierto de la existencia mundana de a diario. Por mal que te haya ido el día, resulta siempre un lujo contar con un salvoconducto, de mecanismo tan simple como echar el cierre a los párpados, para dejarse llevar por un batido de diapositivas, detox de los de verdad, que igual te permite marcar de chilena en la final de la Champions con el equipo de tu pueblo, como contarle los lunares de la espalda a un partenaire a todas luces fuera de tu alcance.


Pero sobre todo, como os comentaba más arriba, consolida la idea que promulgo sin éxito alguno de no estrujar la realidad más allá de sí misma y aceptar el marco del vergel de la imaginación de madrugada como el ecosistema apropiado para el impossible is nothing, por más que se empeñen publicistas, creadores de slogans o vendedores de crecepelo en las charlas TED. Obligados estamos, para no sucumbir al despropósito de la persecución imposible y su corolario de la decepción permanente, a gestionar nuestros escasos activos con cautela, reconociendo sus límites, lo pírrico de su valor y apenas gastar las famélicas fuerzas, que se nos concedan en cada ocasión, libando con denuedo las gotas de miel que siempre supuran las entretelas de la gastada americana de la derrota que vamos a llevar puesta. Para finales de vivieron felices y comieron perdices, mejor con las ondas REM a todo volumen.

P.S. Su realidad resultó menor, comparado con el mainstream de Stipe y su troupe, pero al menos participan de ese grupo de sujetos que para colmo hemos sido condenados a no recordar los sueños.

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