No siempre los saltos mortales son de necesidad

Por fin llegaron los resultados. Igual que Abraracurcix vivía sometido al inexorable derrumbe de la bóveda celestial, la facilona existencia del abajofirmante de esta perorata también está también sometida a otra segura demolición. Y no una cualquiera, a buen seguro a una de la magnitud del célebre black tuesday del crash del 29, en un índice Dow Jones donde los valores, que se precipitan a las fosas marianas de los mercados bursátiles, son los de los parámetros que se recogen en el análisis de sangre del recurrente reconocimiento médico,  que, con periodicidad anual, vigila de nuestra malograda salud. Todo ello, por obra y gracia de la nunca suficientemente valorada y magnánima empresa, la misma que dispone de tus posaderas en la sufrida silla de cinco ruedas.

Puede resultar baladí para cualquiera de vosotros, pero he de decir que, en lo que a mí se refiere, siempre me genera cierta tensión. Y eso que, para mí fortuna, es al único examen al que me someto estando completamente seguro que los resultados, por malos que sean, en todo caso van a mejorar las expectativas del axfisiante entorno que me rodea. Sin embargo, en ese momento de acceso online a los mismos, uno, tras recuperar la contraseña, que inexorablemente olvida todos los años producto del manojo de nervios, puede percibir de forma rotunda el gélido filo de la espada de Damocles sobre su pescuezo. Acojonadito, vaya, contemplando como el horizonte más plausible un cercano devenir ajeno a las raciones de torreznos, los Häagen Dazs y el minusvalorado dolce far niente como motor existencial. Con motivo de la oclusión de las vías respiratorias por el trepidante ascenso testicular, para colmo de males, en ese prolongado instante sólo se le aparecen a uno visiones de un cambio no deseado, a resultas de tan malas nuevas. Por suerte, el compendio de carbonos que me conforma se empeña en regalarme otra bala en la recámara hasta nueva ocasión: nunca un cinco raspado dejó mejor sabor de boca.

Y es esta imperiosa necesidad, la de una causa de suficiente calibre, como fuente de ignición para resultar infieles al amor fati que nos conduce, la que engrasa la maquinaria del gripado motor de mi asombro. Sí, lo sabemos, nos hemos informado, nos han avisado, apenas lo rozamos con la yema de los dedos y, sin embargo, es seguro que no moveremos uno hasta que la oscuridad se ciña sobre nosotros. Igual esta perpetua rendición en el carácter es condición sustancial para no salir de mi siempre bien apreciada mediocridad. Desde luego, no hay más que ver a los triunfadores de hoy, cómo se enredan en incorporar obstáculos programados a la riada de miserias que les llegan a diario. Está claro que ellos son de otra pasta: intuyen, anticipan, promueven y en ningún caso se someten a a la abulia reactiva, esa que dirige el comportamiento de los que, en el día del reparto de los talentos, andábamos, en el mejor de los casos, devorando unas pipas al resguardo del banco de madera de un parque cercano. Por esto mismo nosotros desayunamos a diario desencanto con olor a café recalentado en una celda de If, mientras ellos apenas ingieren nada, si no es para balancear (si no incluyo el repugnante vocablo reviento) el déficit energético que el yoga matutino ha incluido en el sendero de ladrillos de oro de su jornada en Oz.

Pero, aquí llega la adversativa, a veces, solo a veces, en contadas ocasiones, asistimos a alguno de sus resbalones inesperados. Esos que, para escarnio de la nueva moral predominante, celebramos con regocijo aquellos que alojamos la mezquindad como uno de esos tesoros a los que no vamos a renunciar en ningún caso. Y si no lo creéis, ahí tenéis a la otrora fulgurante Sra. Cifuentes, personaje siempre presente en mis oraciones desde el célebre "a mí no, que soy compañero" de sus tiempos de Gobernadora; a toda ella camino de un cementerio de elefantes sin puerta giratoria que llevarse a la boca. Tipeja despreciable, escrupulosa cumplidora de todos los preceptos de la new age, adalid de la regeneración y, por entonces, no se refería a la regeneración de la dermis, metódica, implacable, inasequible al desaliento, del todo inhumana y ejerciendo sin rubor como cabecilla en persecuciones despiadadas. Toda ella un compendio de virtudes del siglo XXI arrojadas a la basura por un ponme aquí ese Máster, cuando llevas toda la vida sacando buen rédito al oficio de gestionar con puño de hierro la red de contactos. Bendita vanidad que nubla la vista del más clarividente y lo devuelve al lugar del que jamás salimos los míseros miopes.

P.S.: Luter ya lo había escrito. No porque sea un profeta, simplemente porque sabe más.




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