Cuatro mentiras y una percepción

Parafraseando el título de la comedia que lanzó al estrellato al galán despistado por excelencia, Hugh Grant, relaciono someramente el estupor y la náusea que me provoca el denominado procès catalán, no sin antes volver a recordar al incauto lector respecto de la tara que acompaña a quien ésto escribe: el tema de la identidad nacional se me hace bola, sin embargo, a diferencia de los que viven en mi entorno, no solo la ajena sino especialmente la propia, aquella que supuestamente me adjetiva. Suena extraño y sin embargo es de lo más normal: con la eneseña rojigualda me sacuden a diario cuando defiendo el carácter inmoral los toros, cuando me alegro de que se permita el divorcio o el matrimonio homosexual, cuando reclamo más protección estatal para los vivientes que para los que están por nacer o los que ya desistieron y así, de derrota en derrota hasta el olé final.

Colocados en suerte, trataré de ubicar un miope punto de vista que vino de serie. Absténganse, estimado amigo, de recordarme por trigésimo novena vez en los últimos cinco minutos la cantidad de medias verdades y falacias empleadas por el movimiento identitario catalán. Se confirma que vivo rodeado de esa clase de cretinos que cuando toman un helado y recabas su juicio, apenas aciertan a decir "qué frío está". Las mentiras en la construcción de la identidad, bien sea de sujetos individuales o colectivos, son lo que el arroz a la paella, incluso cuando la perpetra un chef inglés. Si tiene usted alguna duda al respecto, trate de sostener su mirada en el espejo diez segundos. Si ha podido con ello sin reprocharse nada, acuda de urgencia al psiquiatra, igual está a tiempo. Es un consejo de la Organización Mundial de la Salud y de la sota de bastos del tarot. Despejado el barbecho de lugares comunes sobre lo malos que son los malos y lo bueno que somos nosotros, igual se alcanza a entender porqué, al contrario de la caterva de opinólogos a sueldo del imperio castellano y sus próceres, un servidor prefiere centrar su digestiva bilis sobre lo que somos, dejando en paz a los demás sobre lo que son, que bastante tienen con el sopapo que se van a llevar, una vez despierten y asuman que un cambio de enseña y de capital no va a transformar sus miserables vidas.

Recuperando la senda de la tontería inopinada, relaciono lo anunciado:

Mentira 1: "Aquí, desechada la violencia como herramienta, se puede negociar sobre todo". Aforismo grabado a fuego de los años 80, a la altura del Bases fuera, OTAN No. Entiendo que no hay que ser extremadamente perspicaz para asumir, a fuerza de estamparse con la realidad, que el camino de la negociación en este país es de ladrillos de oro y tan real como el de Oz. Deleznable en lo moral, habría que replantearse este principio, tan estupendo para un cojín achuchable e inservible, merecedor de un lugar de honor en el escaparate  del Alle-Hop.

Mentira 2: "Lo que no puede hacer uno es saltarse las leyes". Principio enunciado por ceporros a la salida del metro y por articulistas de postín. Para esta imbecilidad recomendaría la lectura de "El sueño de Eichmann", donde el gran Onfray hace aparecer a un terco Kant en un combate perdido de antemano frente a un socarrón Nietzsche. Si se les hace imposible, simplemente gasten un segundo de su preciado tiempo en preguntar al cretino que alegue semejante argumento si conoce el contenido de la receta del camino legal y si puede poner un par de ejemplos de su estupendo funcionamiento. Ya le anticipo la respuesta, no y no. Ahh! si esperaban los ejemplos, yo les ayudo con el trabajo: plan Ibarretxe y Estatut: ellos son el resultado real de poner en marcha iniciativas sometidas al principio de legalidad. Que, por otra parte, es lo que corresponde. De igual modo que uno no se enamora siguiendo las pautas de una diligente entrevista de trabajo por competencias, la ley es un corsé que revienta a todas luces en cualquier proceso de emancipación, en los justos y en los injustos, que es lo que nos debería ocupar. Ya estáis avisados, los que os remiten a la legalidad solo pueden ser dos tipos de personas: ignorantes o, en su defecto, mentirosos.

Mentira 3: "La izquierda española" A la altura de la inteligencia militar o de la tolerancia cero, este nuevo oxímoron se ha hecho carne en pocas semanas. Los que llevábamos años predicando en el desierto respecto de la inexistencia de compatriotas provistos de conciencia de clase y cierta adhesión a la declaración universal de los derechos humanos, o, en su defecto si alguna vez los hubo, su eterno descanso en las cunetas de las carreteras, nos hemos llevado a la boca esta pequeña pedrea. La purrela de nostálgicos del ancient regime que forman parte de nuestra circunstancia no son producto de una mala suerte estadística, que tenazmente nos acompaña. No es culpa de nadie, simplemente, los miembros de la caterva son más, muchos más, mayoría absoluta y, gracias al vodevil catalán, todos han salido del armario para repoblar la península de rojigualda made in china, hedor a naftalina y un horizonte gris perla nada alentador. Celebremos la caída de la máscara y que cada palo aguante su vela. La verdad os hará libres, sostenía algún incauto. Yo preferiría el euromillón, si se me da a elegir.

Mentira 4: "El procès es el resultado de años de adoctrinamiento". Acabáramos. A ver si lo pillo, los seres humanos del Maresme o del Penedés carecen de juicio para determinar si lo que les cuentan es tal cual lo viven o no. Ahh, claro, sin embargo, el tipo de chándal de táctel que pasea un american stanford por un polígono del sur de Madrid, ese sí es un ser dotado de capacidad crítica para saber cuándo le venden una burra en el colegio, al que, por supuesto, no va desde hace tres semanas. Y lo decimos en la tertulia de bar y en el congreso de los diputados. Para mear y no echar gota. Ni la tramontana ni el chotis son barreras que eviten a la masa creerse la mentira más edulcorada, sin embargo, es responsabilidad de todos los individuos que la conforman pasarla por el paladar de su mollera. Aquí y en la china popular. Adoctrinados, todos o ninguno. Lo contrario es soberbia de primera calidad.

Percepción: Es difícil resistirse a generar paralelismos. Si a ello añadimos la constante irrupción de ingredientes, semejante escenario me dirije inexorablemente a contemplar la resistencia castellana para asumir la realidad, como la viva imagen del macho ibérico, maltratador, casposo y despreciable, justo en ese momento en el que intuye reverberar en su inflexible tímpano el bien merecido au revoir. Somos muy minoritarios los que en estos días de zozobra recordamos los estribillos de "Pujol enano, aprende castellano", top 40 de los lejanos noventa del siglo pasado; aquellos que asistimos a la infructuosa búsqueda de cava valenciano con el que regar la navidad durante tiempo inmemorial. Nos hemos pasado el día llamando puta a la parienta y cuando, tras la bien ganada a pulso coz testicular, toma las de Villadiego, nos asombramos, la trincamos del gaznate con nuestro mejor disfraz de Piolin, comprado en el Primark, y le recodamos quién lleva los pantalones en casa. Desde luego, de lo más edificante.


P.S. Menos mal que siempre nos queda Portugal, que cantaban los Siniestro. Nadando entre la mierda de cuando en vez te topas con un tesoro. Habilita ello un lugar para la esperanza? Claro que no, pero permite lamerse las heridas entre una zambullida y otra para esquivar la versión oficial.




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