Poner el autobús

Leí ayer, no sé dónde, que en España enterramos bien. Supongo que el aforismo pretendía evidenciar la forma en la que las más ácidas críticas subliman en elegías con la funesta pérdida de los fantaseados 21 gramos. No está mal tirado, mas desde mi punto de vista, no describe por completo la realidad, ya que mi diagnóstico es exactamente el opuesto. Si sostengo que lo hacemos mal es porque, precisamente, observo que a todo el mundo le echamos la misma tierra encima, sanadora de sus pecados en los tiempos de oxidación del actual difunto. Y a mí, no me la dan con queso.

Hace mucho que disculpo las sentencias absolutorias de los allegados. Soy un firme defensor del alejamiento de los agentes circundantes en el método científico. Aislar el personaje y desechar a la persona se hace necesario. No hace falta ser muy listo para saber lo que respondió la madre del carnicero de Milwakee cuando le preguntaron por el papelón de su vástago: "algo habrían hecho". Leitmotiv estupendo para una de esas tazas cool del insufrible mundo Wonderful. Y si bien es algo tan obvio, como que el sol sale durante el orto, resulta evidente que es lo primero que deja de ponerse en práctica. Cuando se palma en la piel de toro se accede, ipso facto, al status "summersiano" de Todo el mundo e'güeno. Una muesca más del gen responsable del desencadenamiento inexorable de la pereza, que todo lo gobierna en el comportamiento del hommo ibericus. De esta forma, despedimos con igual lástima al inefable Jesús Gil que a Mahatma Gandhi, en pavorosa afrenta para los que pensamos que este mundo va a estar infinitamente mejor sin unas cuantas docenas de hijosdeputa dilapidando sus limitados recursos.

Para colmo de males, este aderezo perezoso, asido con el vigor de la garrapata henchida, se marida con unas gotas de la mejor corrección política y ya tenemos, cocinada en otro horrendo showcoocking, la nueva rueda de molino con la que te va a tocar comulgar, te guste o no. No oses exponer en público tu júbilo por el fatal acontecimiento si no deseas verte postrado en el inhóspito banquillo del remozado Tribunal de Orden Público, especialmente, si para exhibir tu innoble sensación utilizas las redes sociales. Serás perseguido hasta el fin de tus días, para colmo, malgastando una de las grandes bazas de la desconocida libertad de expresión: asegurarse de entre los que conforman tu circunstancia orteguiana cúal es grano y cúal es paja, quién es susceptible de ser escuchado en un futuro y ante quién vas a desconectar tan pronto como ponga a funcionar sus cuerdas vocales. Porque la libertad de expresión, además de acercarte a Londres, mientras te separa de Riad, es el ingrediente principal de tu receta de rankings en la que hemos convertido la vida, junto con la lista inabordable de tareas. Gracias a la libertad de expresión se te van cayendo los mitos del top cinco a la sima de las fosas marianas a la par que estallan irrupciones inesperadas en tu Twitter. Es por ella que tu jefe despeja las pocas dudas que mantenías sobre su incompetencia, las celebrities confirman el daño que ha hecho el amoniaco a su deteriorada sinapsis y los futbolistas, pues eso, los futbolistas, salvo honrosas excepciones, confirman su condición.

Así que de forma inesperada, aquí me tenéis defendiendo a ultranza la última moda de poner el autobús (si el bueno de Maguregui levantara la cabeza...), el deleznable de los católicos con sus trasnochadas invectivas y el no menos patético de la formación morada, cuyo tono, día a día, va derivando hacia el tradicional azulado de la dermis de los intoxicados por cianuro, para disfrute de la caterva de guardianes de las esencias patrias y de los que siempre les miramos con la mochila de prejuicios hasta arriba de sospechas.




P.S. Acaso se podría escribir un tema como este en 2017? aunque proceda del mainstream de la corrección política como Police.





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