Procuro desde hace tiempo alejarme de una de las características que más desagradable me resulta del homo hispanicus. Su perenne recurso al desprecio ad hominem en todas las argumentaciones que pretenden confrontar sus pensamientos con los que no se le ajustan como un vaquero slim fit de esos de tienda de poca ropa, banda sonora de mierda y prendas por el suelo. Vivimos absorbidos por la pueril idea de que la gente que no opina como nosotros, no solo está confundida, que ya resulta presuntuoso, sino que da cobijo dentro de su ser al mismísimo maligno, es capaz de girar su cocorota 360 grados sin ayuda del fisioterapeuta y, en último fin, busca nuestra eliminación. Bien es verdad que los hay, pasados los 40 no vamos a ir de cándidos hasta ese extremo, pero, obviamente, son los menos. Esta sencilla batalla por dar crédito a las posiciones que a uno no le son propias y asumir el convencimiento ajeno en su defensa, por lacerante que resulte a tu inteligencia, no es tan fácil como montar un mueble de Ikea, sobre todo si se compara con pronunciar correctamente y de corrido su fastidioso nombre delante de un sujeto con polo amarillo y sonrisa profident. La prueba de ello es que no prolifera en demasía el perfil de sujeto mordaz, ajeno a la evangelización y con flexibilidad de tímpano suficiente como para que la plasticidad de sus neuronas atienda a ironías, sentidos figurados y humores con algo más de marinado que el simple caca, culo, pedo, pis que siempre ha hecho tanta gracia por estos lares. Sirva de ejemplo la lectura de los comentarios al excelente post de este nuevo genio de la divulgación científica, que ha entrado en casa por la ventana del Twitter y que a ver quién es el guapo que lo saca ahora. Una parte del populacho, aquella que invierte su tiempo en leerlo, ergo está predispuesto a tratar de entenderlo, visto que hay que ir a buscarlo alejado de la orilla de los mass media, no dispone de enzimas suficientes para digerir los giros figurativos del mismo. Para mear y no echar gota o tomar más yoghurts mágicos con l-casei.
Este breve alegato en defensa del respeto a la inteligencia, viene al caso a raíz de la proliferación de columnistas aseados, perroflautas y de misa de domingo, que han tenido a bien retozar en el lodo de la simplificación con motivo del deceso de un torero en Teruel y su repercusión mediática. La infantería de próceres que custodia con celo las esencias nacionales se ve que tocó a rebato y, sacando punta a unos tweets tan zafios en su naturaleza como en su pretensión, nos ha bombardeado de lunes a domingo con lágrimas de la desconsolada viuda e invectivas por papel, ondas y wifi, en las que con cuatro porciones de humor inoportuno y tres lugares comunes, se pretende colocar a todos los que señalamos con repulsa el deleznable espectáculo taurino, como sujetos descorchando cava, catalán e independentista a buen seguro, para celebrar el acontecimiento luctuoso. Resulta tan infantil y mezquino que no merece defenderse de ellas, más allá de recordar que los únicos que no consintieron en participar en esa orgía de Tánatos fueron el bóvido y los menores de edad, que por descuido anduvieran delante de las teles públicas que tienen a bien dilapidar sus pírricas arcas en la retransmisión de eventos de ese calado.
Sin embargo, la inconfesable porción subversiva de las zarzas de mi sinápsis, me obliga a poner de manifiesto el escozor que me produce la rara habilidad que tenemos en la península ibérica para exprimir hasta el último rédito de cualquier gota de sangre de una víctima que acontezca en favor de nuestro argumentario. Desconozco si es el resultado de nuestra posición privilegiada en la producción de cítricos o, simplemente, un carácter profundamente inmoral que se inocula en el adn ibérico, como lo hace el gen que determina la aparición de la grasa intramuscular en los cuartos traseros del chancho. Nos importa tres narices si el mártir lo fue en puridad, si hizo algo por estar en esa circunstancia, si era un soberano hijo de satán o si, por el contrario, resultaba la reencarnación de San Esteban apedreado por la turba de Saulo. El español medio tiene un sexto sentido para defender cualquier idiotez con la sangre derramada, siempre por un tercero, claro. De valientes tenemos muy poco, por más que algunos ostentosos se desabrochen botones de la camisa en romerías y procesiones. Deberíamos profundizar hasta encontrar el origen de este miserable comportamiento, mas conocida mi querencia a la pereza no seré yo quien lo haga. Sirva mi ignorancia para otorgar un reconocimiento, que igual no merece, al infame Fernando VII, al que intuyo discípulo de esta mezquina idea, al hacer la vista gorda con el conocido afrancesamiento de Goya, a cambio de que este le pintara lo que iba a convertirse en el primer póster de propaganda en favor del atraso, que tan felices nos hace a los ibéricos, desde los tiempos del célebre "vivan las caenas". Igual esos fusilamientos de madrileños a manos de tropas imperiales galas debemos remirarlos como otra manifestación del eficiente aprovechamiento de las víctimas y como precursores de los minutos de silencio, lacitos de colores y demás zarandajas, que como seguro resultado, lo que nunca obtienen es resucitar a los caídos. No se si esta confesión me convierte en un sujeto insensible, pero me reitero que los allegados de las victimas de injusticia me merecen compasión y apoyo en la persecución de los responsables, nada más: su calvario, tan real como la vida misma, no les convalida cuarto de ingeniería de puertos y canales ni quinto de derecho, por más que ésta última sea una ciencia social al alcance de cualquier chimpancé de la Nasa, como ciertos jueces de partido y brindis fácil se empeñan en demostrar a diario.
P.S. Sí, me molesta sobremanera que pese a la impostura tradicional que denuncio, sin embargo en la práctica seamos una especie tan poco misericorde con los que nos resultan ajenos y tan plañideras con los propios. Igual no es más que otro eterno retorno a las líneas con las que empecé.
Este breve alegato en defensa del respeto a la inteligencia, viene al caso a raíz de la proliferación de columnistas aseados, perroflautas y de misa de domingo, que han tenido a bien retozar en el lodo de la simplificación con motivo del deceso de un torero en Teruel y su repercusión mediática. La infantería de próceres que custodia con celo las esencias nacionales se ve que tocó a rebato y, sacando punta a unos tweets tan zafios en su naturaleza como en su pretensión, nos ha bombardeado de lunes a domingo con lágrimas de la desconsolada viuda e invectivas por papel, ondas y wifi, en las que con cuatro porciones de humor inoportuno y tres lugares comunes, se pretende colocar a todos los que señalamos con repulsa el deleznable espectáculo taurino, como sujetos descorchando cava, catalán e independentista a buen seguro, para celebrar el acontecimiento luctuoso. Resulta tan infantil y mezquino que no merece defenderse de ellas, más allá de recordar que los únicos que no consintieron en participar en esa orgía de Tánatos fueron el bóvido y los menores de edad, que por descuido anduvieran delante de las teles públicas que tienen a bien dilapidar sus pírricas arcas en la retransmisión de eventos de ese calado.
P.S. Sí, me molesta sobremanera que pese a la impostura tradicional que denuncio, sin embargo en la práctica seamos una especie tan poco misericorde con los que nos resultan ajenos y tan plañideras con los propios. Igual no es más que otro eterno retorno a las líneas con las que empecé.
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