Hace unas pocas noches, revisando el Twitter, me topé con una comunicación del Athletic, club del que soy hincha, que informaba del óbito de su exjugador Rafael Iriondo, célebre integrante de la no menos reconocida delantera zurigorri de la década de los 40. Sorprendentemente, esta vez no me fue posible incluir de forma rutinaria la mala nueva en la atiborrada carpeta de cabronadas diarias, esa que se carga en la mochila desde que te desvelan lo de los reyes magos. Ni conocía al difunto, ni le había visto jugar como para incorporarlo a mi preciada constelación de leyendas. Pero, irremediablemente se me echaron a la cabeza las veces que mi abuelo me iniciaba en la fe rojiblanca y, dando palos de ciego en la neblina de la nostalgia, percibí de forma prístina que debía dar por cerrado un siglo completo del que, para resultar exactos, apenas viví el último cuarto, mas su iconografía, en buena medida, conforma el embrollo de ingredientes de este vulgar arroz con pollo y restos de la nevera, que refleja con cierta fidelidad el conglomerado generacional al que pertenezco.
Resultado infame del "hijo, tu estudia que llegarás lejos", sigo mirando con mucho recelo y una buena dosis de repugnancia la caída en picado de la meritocracia, junto con su reemplazo por la vulgaridad del brillo. Asisto atónito a la celebración de la idiocia como extra del que presumir en los nuevos triunfadores, que así asoman al escenario enfundados en un Goretex, que ríete tu de la IP68 de los nuevos Samsung, infranqueable para el traspaso de cualquier corriente de conocimiento a sus desoladas entendederas. Me tiene enfrascado en una derrota segura contra molinos de viento, la oleada de paparruchas y supercherías, que se han incorporado al acervo popular como dogma de fe, para el tratamiento de la salud física y mental. Me aturde, como al boxeador sonado, convivir con seres humanos paneuropeístas, que montan debates de barra de bar, con grasa deslumbrante en la comisura, sobre la moralidad de exhibir descarnadamente el cadáver de un niño en las orillas del Egeo, poniendo de manifiesto la extraordinaria vigencia del verso dylaniano "pretending he just doesn't see". Me zarandea cual pelele la pétrea convicción del optimismo reinante, que obliga a pasar los duelos y fracasos de cada cual al cobijo de media sonrisa impostada, porque de no camuflar tu desazón, además del escozor propio de ésta, no dudes que recibirás un colmado topping de culpabilidad, aderezado con sentencias que te reprocharán no lo adoptes como una estupenda oportunidad que se te presenta... para cerrar la boca de tu simpático interlocutor con un potente gancho de derechas, que, en verdad, resultaría reparador.
Y sin embargo, compiyogui, de igual forma que esa horda de horteras de bolera, que con sus ensaladas de brotes y perfumes de incienso atiborran lo más granado del país, también me aferro al aforismo "cualquier tiempo pasado fue peor". Especialmente, tras pestañear y limpiar el parabrisas de mis pupilas, cuando repaso el discurrir de los que me rodean, el conjunto de especificaciones asombrosas que portan de serie y la relativa facilidad con la que transcurre su escalada, pese a haber venido al mundo sin apellidos compuestos entrelazados por conjunciones copulativas, ante los iracundos ojos de quienes de forma chusca sueñan con mandarles a fregar suelos. Un bote de H&S es lo más que se me ocurre como tratamiento.
P.S. ¡Albricias! Y Lázaro se levantó.
Y sin embargo, compiyogui, de igual forma que esa horda de horteras de bolera, que con sus ensaladas de brotes y perfumes de incienso atiborran lo más granado del país, también me aferro al aforismo "cualquier tiempo pasado fue peor". Especialmente, tras pestañear y limpiar el parabrisas de mis pupilas, cuando repaso el discurrir de los que me rodean, el conjunto de especificaciones asombrosas que portan de serie y la relativa facilidad con la que transcurre su escalada, pese a haber venido al mundo sin apellidos compuestos entrelazados por conjunciones copulativas, ante los iracundos ojos de quienes de forma chusca sueñan con mandarles a fregar suelos. Un bote de H&S es lo más que se me ocurre como tratamiento.
P.S. ¡Albricias! Y Lázaro se levantó.
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