Por fin recibí respuesta de la eficiente, liberal y coleta al viento Comunidad de Madrid respecto de la segunda queja que interpuse el pasado enero a raíz del bochornoso procedimiento de selección para la contratación de conductores del Metro de Madrid, estrambote pergeñado en comandita por la Dirección de la Empresa, participada por la administración reclamada, junto con el Comité de Empresa de la compañía, y perpetrado por el Servicio Regional de Empleo, organismo también adscrito al imperio de la administración ante la que se elevó la súplica. Debemos felicitarnos por la celeridad, puesto que la primera queja, aquella que interpuse en el lejano noviembre, aún duerme el sueño de los justos, imagino que crionizada junto a Disney, pendiente de resolución. En el enjuague, que a modo de respuesta he recibido, únicamente se han excedido en 7 días hábiles respecto del plazo que ellos mismos se imponen. Por supuesto, no es la perenne impuntualidad mediterránea la que me corroe por dentro. Uno peina canas y prevé sin dificultad lo ocupados que andan siempre gentes tan importantes, especialmente si se compara con el reflejo de un zángano que engrosa las listas del paro. Lo que ha hecho trabajar a destajo a mi, nunca bien ponderada, vesícula biliar ha sido el contenido de la respuesta. En ella se replica, paso a paso, como una explicación a un tontito de baba, el contenido del procedimiento como respuesta de la queja, cuando éste precisamente es el motivo de la misma, lo que inevitablemente implica, además de tomar por imbécil a tu interlocutor, mear sobre sus heridas. Supuradas las mismas con el mismo óxido que se aferra a la barandilla del puente a través del inexorable paso del tiempo, uno todavía cree sentir en ocasiones la tentación de entrar en un turno de réplica, cuya dúplica volverá a generar la misma quemazón que tanto espanta. Va a ser que no. Las cadenas de la buena educación recibida me sujetan, cual Ulises de poco fuste, al mástil del estruendoso silencio en lo que a la intimidad se refiere. La bilis se mastica y deglute sin ayuda, lo que, al parecer, redunda en el buen gusto de la vida en sociedad.
Lo que ya alcanza niveles de tolerancia de difícil digestión es compaginar el like a rolling stone íntimo con la panoplia de superficialidad que ha tomado por rehén todo el entorno que nos rodea. Me espanta pasar por un snob de medio pelo que presume de abrir un libro cada vez que el insufrible taheño, que hace las veces de presentador/invitado/novia en boda del late-night show de moda, se apodera de la tele del salón. De hecho, aunque no dude en hacerlo si me place, soy acérrimo defensor de del esparcimiento personalizado, ajeno a tendencias, consejos y directrices marcadas por la moda, la chusma o la ideología. Como hedonista practicante no concibo más horizonte que el placer, si resulta inmediato mejor. En estas circunstancias la huida sensorial sigue conformando el más eficaz de los tratamientos y de ahí que, aunque clame desde aquí al olimpo, no malgaste demasiada existencia en las zarandajas y medianías con las que pretenden que el rebaño siga atento, tras el inexorable paréntesis de consejos comerciales, al dichoso dedo que señala la recóndita luna.
Bajo estas premisas, si que me alimenta el asombro la resistencia al fastidio con la que nos han configurado los programadores del barro o de cadena de adn (táchese lo que, en su caso, proceda). Ponerse en el pellejo de la cantidad de gente que está durmiendo bajo el dosel de las puertas del averno, haciendo management del de verdad con el primero de los escalones de Maslow y que disponen de una mano de cartas con idénticas expectativas a las de un Sísifo cualquiera con media encomienda hecha en el momento en que percibe que Indiana Jones baja raudo su montaña, perseguido por un pedrusco de igual tamaño; contemplar su aquiescencia con los hados cuando los gestores de la finca no tienen para ellos ya ni las sobras de la cochiquera, incuba en mi interior una equilibrada mezcla de admiración con perplejidad. Desde luego, si a esa gente no se le ha pasado por la cabeza llevarnos por delante ya mismo, puedo concebir con cierta esperanza que ningún asteroride ni glaciación lo hará. No será que no nos lo hemos ganado.
En todo caso, unas gotitas de alteridad no vendrían mal al homo ibericus no sea que su demostrada resiliencia no termine de saltar por los aires.
P.S.: Una versión más, en este caso de Green Day.
Lo que ya alcanza niveles de tolerancia de difícil digestión es compaginar el like a rolling stone íntimo con la panoplia de superficialidad que ha tomado por rehén todo el entorno que nos rodea. Me espanta pasar por un snob de medio pelo que presume de abrir un libro cada vez que el insufrible taheño, que hace las veces de presentador/invitado/novia en boda del late-night show de moda, se apodera de la tele del salón. De hecho, aunque no dude en hacerlo si me place, soy acérrimo defensor de del esparcimiento personalizado, ajeno a tendencias, consejos y directrices marcadas por la moda, la chusma o la ideología. Como hedonista practicante no concibo más horizonte que el placer, si resulta inmediato mejor. En estas circunstancias la huida sensorial sigue conformando el más eficaz de los tratamientos y de ahí que, aunque clame desde aquí al olimpo, no malgaste demasiada existencia en las zarandajas y medianías con las que pretenden que el rebaño siga atento, tras el inexorable paréntesis de consejos comerciales, al dichoso dedo que señala la recóndita luna.
Bajo estas premisas, si que me alimenta el asombro la resistencia al fastidio con la que nos han configurado los programadores del barro o de cadena de adn (táchese lo que, en su caso, proceda). Ponerse en el pellejo de la cantidad de gente que está durmiendo bajo el dosel de las puertas del averno, haciendo management del de verdad con el primero de los escalones de Maslow y que disponen de una mano de cartas con idénticas expectativas a las de un Sísifo cualquiera con media encomienda hecha en el momento en que percibe que Indiana Jones baja raudo su montaña, perseguido por un pedrusco de igual tamaño; contemplar su aquiescencia con los hados cuando los gestores de la finca no tienen para ellos ya ni las sobras de la cochiquera, incuba en mi interior una equilibrada mezcla de admiración con perplejidad. Desde luego, si a esa gente no se le ha pasado por la cabeza llevarnos por delante ya mismo, puedo concebir con cierta esperanza que ningún asteroride ni glaciación lo hará. No será que no nos lo hemos ganado.
En todo caso, unas gotitas de alteridad no vendrían mal al homo ibericus no sea que su demostrada resiliencia no termine de saltar por los aires.
P.S.: Una versión más, en este caso de Green Day.
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