No hace más de diez días que nos dimos de bruces con un milagro. No uno de esos bucólico y pastoril, con infantes más tiernos que los de los internados irlandeses. Tampoco de los casposos que tratan de apariciones marianas al albur de un chopo de El Escorial, saturados de gris perla entre los feligreses. Muy al contrario, tan grata e inesperada buenaventura versaba en torno a la resurrección de sujetos con zapatos de piel de caimán y madrugadas de humo y riffs por la calle del viento, que cesaron en su ingrato derroche de generosidad allá por las postrimerías del siglo XX. El regreso al mundo de los vivos de los míticos 091 para regalarnos un 2016 con gira es a sus melancólicos seguidores lo que supone cada panfleto ochentero con referencias a la EGB que nos cuelan a los cuarentones en los estantes de las librerías, justo ahora que se acerca la Navidad. Buscando desesperadamente apresar la verosimilitud del rumor en las webs de referencia y pinchando todos los enlaces que se adjuntan a los tweets que comentan la noticia, no transcurre demasiado tiempo para que uno haga una rápida revisión al estado de las cosas, una vez que parece que se va a hacer realidad el manido "si fulanito levantara la cabeza".
Si de veras, los cinco componentes de 091 hubieran morado en la estación espacial internacional todo este tiempo, me puedo arriesgar a asegurar que hubieran asistido a la primera promesa emanada de la voz de un político patrio que, albricias, se iba a ver cumplida. Convencido estoy de que asentirían al unísono rememorando el aforismo guerreriano "a este país no lo va a reconocer ni la madre que lo parió". Si los últimos acordes en Maracena daban banda sonora a los títulos de crédito de esos tiempos en los que los aspirantes a gerenciar la finca presumían de canas en las patillas, cuando no se las pintaban en su ausencia, ahora, pegados al LCD 4K Ultra HD que reemplazó a las tradicionales 625 líneas, con los ojos como besugos resultado de un asombro infinito, asistirían al último estrambote del candidato de turno en pos de un ridículo televisivo infame, detonante de otro trending topic que apuntar en la lista de logros de su community manager. Entiendo que con su destino en manos de la célebre cafenitrina, asistirían taquicárdicos a los registros policiales y ulteriores paseíllos, con colleja acomodadora incluida, con que nos deleitan los que por entonces eran grandes estadistas, que de forma grosera han desconchado la pátina de oropel de su disfraz, dejando a la intemperie el ingente volumen genital del que hacen gala todos ellos a la hora de sacar unas perras a conocer mundo, especialmente allí donde el secreto bancario y la ausencia de carga fiscal abrigan, como el mantillo del mes que viene, el futuro crecimiento de sus ahorrillos de pestilente aroma. La incredulidad derramaría el vaso al contemplar atónitos la descripción detallada del picadero alpino de SM, tratado por los medios como si resultara una de las primeras páginas del Hola. Los mismos directores de periódicos que antaño secuestraban fotos imprudentes tomadas en yates que surcaban el alta mar, ahora replican las hojas cuché del ilustre semanal en las que un triunfador de medio pelo, con apellidos más largos que este breviario, muestra sus aposentos con las poses de noble que le permite impostar su penúltimo traspiés con la alfombra persa, el posterior topetazo con el sillón orejero y el inverosímil equilibrio entre la copa balón con Calvados y el monóculo.
Probablemente, ajustando los cierres de su escafandra y con la mirada puesta en el inminente regreso al lugar del que nunca debieron salir, nuestros admirados músicos recuperarían la esperanza en el ser humano y retomarían la senda de los bolos prometidos al conocer la impagable labor de la limpiadora de la contrata, bendito outsourcing, del Museo de Arte Moderno de Bolzano. La radicalidad que aplica sin miramiento la gente de verdad, es, sin duda, el mejor tratamiento contra el agotamiento por asombro perpetuo al que parece que estamos condenados.
P.S. En todo caso, dejemos paso a que Dylan lo explique mejor. El talento es propiedad exclusiva de unos pocos y un servidor no se encuentra entre los agraciados.
Si de veras, los cinco componentes de 091 hubieran morado en la estación espacial internacional todo este tiempo, me puedo arriesgar a asegurar que hubieran asistido a la primera promesa emanada de la voz de un político patrio que, albricias, se iba a ver cumplida. Convencido estoy de que asentirían al unísono rememorando el aforismo guerreriano "a este país no lo va a reconocer ni la madre que lo parió". Si los últimos acordes en Maracena daban banda sonora a los títulos de crédito de esos tiempos en los que los aspirantes a gerenciar la finca presumían de canas en las patillas, cuando no se las pintaban en su ausencia, ahora, pegados al LCD 4K Ultra HD que reemplazó a las tradicionales 625 líneas, con los ojos como besugos resultado de un asombro infinito, asistirían al último estrambote del candidato de turno en pos de un ridículo televisivo infame, detonante de otro trending topic que apuntar en la lista de logros de su community manager. Entiendo que con su destino en manos de la célebre cafenitrina, asistirían taquicárdicos a los registros policiales y ulteriores paseíllos, con colleja acomodadora incluida, con que nos deleitan los que por entonces eran grandes estadistas, que de forma grosera han desconchado la pátina de oropel de su disfraz, dejando a la intemperie el ingente volumen genital del que hacen gala todos ellos a la hora de sacar unas perras a conocer mundo, especialmente allí donde el secreto bancario y la ausencia de carga fiscal abrigan, como el mantillo del mes que viene, el futuro crecimiento de sus ahorrillos de pestilente aroma. La incredulidad derramaría el vaso al contemplar atónitos la descripción detallada del picadero alpino de SM, tratado por los medios como si resultara una de las primeras páginas del Hola. Los mismos directores de periódicos que antaño secuestraban fotos imprudentes tomadas en yates que surcaban el alta mar, ahora replican las hojas cuché del ilustre semanal en las que un triunfador de medio pelo, con apellidos más largos que este breviario, muestra sus aposentos con las poses de noble que le permite impostar su penúltimo traspiés con la alfombra persa, el posterior topetazo con el sillón orejero y el inverosímil equilibrio entre la copa balón con Calvados y el monóculo.
P.S. En todo caso, dejemos paso a que Dylan lo explique mejor. El talento es propiedad exclusiva de unos pocos y un servidor no se encuentra entre los agraciados.
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