Pues sí. Como de costumbre, en el último segundo se alinearon los astros y no sin cierta incertidumbre acudí al evento "real" donde al parecer se produjo el peor escarnio contra los derechos humanos y la dignidad del hombre acaecidos en la piel de toro desde la inclusión del Chiquilicuatre en el Festival de Eurovisión, no sólo sin que un menda se enterara, sino que participando de forma activa en tamaño acto lesivo. Desnudo de habilidades, como ya barruntaba, pero con equipaje suficiente en forma de silbato sustraído a la niña de su última golosina. Debo acusarme de ser uno de los irrespetuosos, sinvergüenzas y añadan ustedes todos y cada uno de los improperios que han vomitado las fuerzas vivas del país (me ducho a diario y mi mamá también), esas de piel tan fina como el papel de fumar para la medición de decibelios pero con dificultades en la pigmentación, en tanto en cuanto no se les sonroja cuando les trincan con los ahorrillos en casa de la vaca de Milka. Como verán, ni el acto de contrición, ni el poso de los días, que prudentemente he dejado pasar, han modificado un ápice el discurso esgrimido.
A más a más, aprovecho esta confesión y el estado de alerta permanente en el que viven los guardianes de la moral patria, desde el valle de los caidos al apartamento en Manhattan del matrimonio Muñoz-Lindo, para engrosar la lista de cargos y hacerme merecedor de una buena condena. Ejemplarizantes creo que las denomina la tradicional in-Justicia hispana. No dejen que los mediocres e irreverentes les robemos un cm3 más de su preciado oxígeno a esa gente de bien que puebla la meseta. Tergiversando desde la rudimentaria retórica que me caracteriza al ilustre Zola, me acuso ante ustedes de haber contado chistes lacerantes, ignominiosos y además haberme reído hasta desternillarme con ello. Sigo a pies juntillas el principio rudimentario del humor: yo me río porque tu te resbalas y no te queda otra que joderte y esperar a que me caiga yo. Siempre he pensado que mis compañeros de nacionalidad sabían perfectamente que cuando se descojonaban del pobre expúgil Legrá leyendo noticias, con sus notorias carencias lectoras, en la recién estrenada Telecinco, estaban sacando partido humorístico a una desgracia evidente a todas luces. A mí no me hacía ni pizca de gracia. Como tampoco me he reído nunca con las imitaciones de taras en el habla de Arévalo o la tradicional charlotada en que se convertía la paupérrima imitación de un homosexual al albur del talento humorístico nacional. Desde mi soberbia impostada, siempre los he tratado con desdén y asco. Ahora bien, esa distinción pretenciosa, de la que hago gala con demasaida frecuencia, nunca me ha arrogado el derecho a pedir su censura, su escarnio público o su cabeza en una bandeja de plata. Uno entiende que no es su plato favorito y, como ésto del humor es tan variado como la carta de raciones de una taberna "granaína", pues, con tranquilidad y sin molestar, cada cual aplica sus mandíbulas batientes sobre las croquetas o la oreja en salsa dejando de lado las tortilla de camarones, si es eso lo que le place. En el humor no hay lugar para el juicio moral, se ponga la santa inquisición como se ponga.
Alegatos en pro de la obviedad al margen, lo más decepcionante ha sido la actitud del tal Zapata. Un sujeto al que no conocía de nada y que exclusivamente por ser merecedor del desprecio de aquellos a los que tradicionalmente desprecio yo, resultaba simpático a los ojos de mi burdo juicio de "enemigo de mis enemigos". Esa postración ante lo políticamente correcto, su previsible quitarse de en medio, esa enumeración de las virtudes de uno tan demodé y tan tradicional en el relato del resbalón español, que igual sirve para describir al asesino en serie que saludaba todas las mañanas al vecindario, como al defraudador con sus monedas en las Islas Cayman que un día se puso algún lacito de colores en las múltiples protestas lights a las que asistimos, me ha producido el mismo nivel de rechazo que de lástima. Qué cara pensaba poner cuando se sentara frente al establishment ibérico y estos pusieran la cabeza de caballo sobre su almohada ante el previsible final de sus prebendas? Si pensabais dar un pisotón en el lodazal en el que vivimos hay que apechugar con las salpicaduras, de hecho, si son de barro de la caterva nacional, habría que considerarlas entorchados en la guerrera. Mucho mejor tu compañera de trajín, la señora Maestre.
A más a más, aprovecho esta confesión y el estado de alerta permanente en el que viven los guardianes de la moral patria, desde el valle de los caidos al apartamento en Manhattan del matrimonio Muñoz-Lindo, para engrosar la lista de cargos y hacerme merecedor de una buena condena. Ejemplarizantes creo que las denomina la tradicional in-Justicia hispana. No dejen que los mediocres e irreverentes les robemos un cm3 más de su preciado oxígeno a esa gente de bien que puebla la meseta. Tergiversando desde la rudimentaria retórica que me caracteriza al ilustre Zola, me acuso ante ustedes de haber contado chistes lacerantes, ignominiosos y además haberme reído hasta desternillarme con ello. Sigo a pies juntillas el principio rudimentario del humor: yo me río porque tu te resbalas y no te queda otra que joderte y esperar a que me caiga yo. Siempre he pensado que mis compañeros de nacionalidad sabían perfectamente que cuando se descojonaban del pobre expúgil Legrá leyendo noticias, con sus notorias carencias lectoras, en la recién estrenada Telecinco, estaban sacando partido humorístico a una desgracia evidente a todas luces. A mí no me hacía ni pizca de gracia. Como tampoco me he reído nunca con las imitaciones de taras en el habla de Arévalo o la tradicional charlotada en que se convertía la paupérrima imitación de un homosexual al albur del talento humorístico nacional. Desde mi soberbia impostada, siempre los he tratado con desdén y asco. Ahora bien, esa distinción pretenciosa, de la que hago gala con demasaida frecuencia, nunca me ha arrogado el derecho a pedir su censura, su escarnio público o su cabeza en una bandeja de plata. Uno entiende que no es su plato favorito y, como ésto del humor es tan variado como la carta de raciones de una taberna "granaína", pues, con tranquilidad y sin molestar, cada cual aplica sus mandíbulas batientes sobre las croquetas o la oreja en salsa dejando de lado las tortilla de camarones, si es eso lo que le place. En el humor no hay lugar para el juicio moral, se ponga la santa inquisición como se ponga.
Alegatos en pro de la obviedad al margen, lo más decepcionante ha sido la actitud del tal Zapata. Un sujeto al que no conocía de nada y que exclusivamente por ser merecedor del desprecio de aquellos a los que tradicionalmente desprecio yo, resultaba simpático a los ojos de mi burdo juicio de "enemigo de mis enemigos". Esa postración ante lo políticamente correcto, su previsible quitarse de en medio, esa enumeración de las virtudes de uno tan demodé y tan tradicional en el relato del resbalón español, que igual sirve para describir al asesino en serie que saludaba todas las mañanas al vecindario, como al defraudador con sus monedas en las Islas Cayman que un día se puso algún lacito de colores en las múltiples protestas lights a las que asistimos, me ha producido el mismo nivel de rechazo que de lástima. Qué cara pensaba poner cuando se sentara frente al establishment ibérico y estos pusieran la cabeza de caballo sobre su almohada ante el previsible final de sus prebendas? Si pensabais dar un pisotón en el lodazal en el que vivimos hay que apechugar con las salpicaduras, de hecho, si son de barro de la caterva nacional, habría que considerarlas entorchados en la guerrera. Mucho mejor tu compañera de trajín, la señora Maestre.
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