Ajusto con fruición mis menudos dedos meñiques al pliegue que, con cierta dificultad, he pergeñado en la punta de mi lengua. Aspiro, aumentando el calibre de mis fosas nasales hasta acercarlas a las de cualquier simio de esos que coloca National Geographic en nuestro imaginario para explicar a Darwin y, trato de devolver con entusiasmo el aire que acababa de atesorar en mis alveolos a través del conjunto de canales y desfiladeros creados en mi cavidad bucal. El resultado es pobre tal y como el oráculo de mi experiencia con las habilidades había previsto. En posteriores intentos, el fracaso acumulado atenaza mi espontaneidad y se aprecia cierta inseguridad en la expulsión del gaseoso elemento a la par que muevo, sin criterio alguno, el extremo de los dedos que contacta con la lengua en pos de un silbido que sigue sin aparecer. Me voy a dar unos días de plazo antes de conjugar de nuevo el verbo perder y buscar en el chino más cercano un silbato.
Aunque vislumbro aún demasiado remota la posibilidad de asistir a la final de la Copa del Rey de este año, desde luego no voy a empezar por la grosera logística relacionada con el desplazamiento, el alojamiento y la manutención en la que se embolicaría cualquier ser humano en su sano juicio. Ahí sí que dejaré asomar la escasa pátina de cultura hispánica que ha impregnado en mi persona y ya trataré de salvar el culo en el último segundo del último minuto. Si un español medio, con carrera colmada de créditos y máster en escuela privada de negocios, sigue hablando de "preveer", no será moi el que le conjugue el verbo como la RAE manda y encima lo ponga en práctica. A mamarla a Parla. Un servidor, de acuerdo, sin que sirva de precedente,con los nuevos mantras que postulan centrar esfuerzos en objetivos determinados para, una vez alcanzados, agregar otros a esta lista de tareas en que han convertido la vida los imbéciles del todo es posible, just do it, se va a dejar el resuello en incorporar a mi escaso repertorio de habilidades la del silbido, en torrente, estruendoso y lo más molesto posible. Y el estreno de tan portentoso logro será el próximo 30 de mayo, tanto cuando aparezca S.M. por el palco, como cuando los primeros acordes de la Macha Real empiecen a reverberar en mis tímpanos. Ya está bien de tanta soplapollez y corrección política. Mi deseo no es otro que ofender. Especialmente a todos aquellos mentecatos, que a raíz de la previsible estampa musical, andan sacando a relucir la desproporción existente entre su pacata mollera y su ingente verborrea. La verdad es que el silbido de marras como ofensa no me resulta especialmente gratificante porque me parece poco elaborada, nada ocurrente, más instintiva y biliar que otra cosa y, desde luego, en el grado de la provocación en el que deben nadar las ofensas que a mí me satisfacen como subproducto de la inteligencia, no le daría ni un aprobado raspado. Sin embargo, es tal la caterva de criaturas que andan impostando estar preocupados por tan magna blasfemia, vomitando día sí, noche también, cualquiera de sus ocurrencias a las ondas hertzianas, entre el mustio y negacionista eso no puede ocurrir y el viril e intelectual por mis huevos que suspendo el partido y los fusilo a todos, que no me queda otra que participar de la que no deja de ser otra borregada. Abuchear, silbar, dedicar chuflas a símbolos, instituciones y demás construcciones intelectuales, absolutamente ajenas a la realidad, es el origen de la libertad de expresión, cualidad que tanto se aprecia cuando se auditan formas de vivir ajenas y que con tanta desgana se practica en casa propia.
Lástima que tanta obviedad deba ser explicitada. En el fondo, no sé de qué me asombro cuando recuerdo vivir en el país que se ocupa más de los muertos y los por nacer que de los vivos. Está visto que esa pléyade de ceporros que me acompañaba en mi paso por la EGB, y que iban sin dudar con la dictadura militar argentina frente a los inventores del football, el earl grey y el cinismo político, deben haber llegado a la cúspide del conocimiento nacional, mientras otros como yo andamos caminando en círculos con los ojos como platos.
Aunque vislumbro aún demasiado remota la posibilidad de asistir a la final de la Copa del Rey de este año, desde luego no voy a empezar por la grosera logística relacionada con el desplazamiento, el alojamiento y la manutención en la que se embolicaría cualquier ser humano en su sano juicio. Ahí sí que dejaré asomar la escasa pátina de cultura hispánica que ha impregnado en mi persona y ya trataré de salvar el culo en el último segundo del último minuto. Si un español medio, con carrera colmada de créditos y máster en escuela privada de negocios, sigue hablando de "preveer", no será moi el que le conjugue el verbo como la RAE manda y encima lo ponga en práctica. A mamarla a Parla. Un servidor, de acuerdo, sin que sirva de precedente,con los nuevos mantras que postulan centrar esfuerzos en objetivos determinados para, una vez alcanzados, agregar otros a esta lista de tareas en que han convertido la vida los imbéciles del todo es posible, just do it, se va a dejar el resuello en incorporar a mi escaso repertorio de habilidades la del silbido, en torrente, estruendoso y lo más molesto posible. Y el estreno de tan portentoso logro será el próximo 30 de mayo, tanto cuando aparezca S.M. por el palco, como cuando los primeros acordes de la Macha Real empiecen a reverberar en mis tímpanos. Ya está bien de tanta soplapollez y corrección política. Mi deseo no es otro que ofender. Especialmente a todos aquellos mentecatos, que a raíz de la previsible estampa musical, andan sacando a relucir la desproporción existente entre su pacata mollera y su ingente verborrea. La verdad es que el silbido de marras como ofensa no me resulta especialmente gratificante porque me parece poco elaborada, nada ocurrente, más instintiva y biliar que otra cosa y, desde luego, en el grado de la provocación en el que deben nadar las ofensas que a mí me satisfacen como subproducto de la inteligencia, no le daría ni un aprobado raspado. Sin embargo, es tal la caterva de criaturas que andan impostando estar preocupados por tan magna blasfemia, vomitando día sí, noche también, cualquiera de sus ocurrencias a las ondas hertzianas, entre el mustio y negacionista eso no puede ocurrir y el viril e intelectual por mis huevos que suspendo el partido y los fusilo a todos, que no me queda otra que participar de la que no deja de ser otra borregada. Abuchear, silbar, dedicar chuflas a símbolos, instituciones y demás construcciones intelectuales, absolutamente ajenas a la realidad, es el origen de la libertad de expresión, cualidad que tanto se aprecia cuando se auditan formas de vivir ajenas y que con tanta desgana se practica en casa propia.
Lástima que tanta obviedad deba ser explicitada. En el fondo, no sé de qué me asombro cuando recuerdo vivir en el país que se ocupa más de los muertos y los por nacer que de los vivos. Está visto que esa pléyade de ceporros que me acompañaba en mi paso por la EGB, y que iban sin dudar con la dictadura militar argentina frente a los inventores del football, el earl grey y el cinismo político, deben haber llegado a la cúspide del conocimiento nacional, mientras otros como yo andamos caminando en círculos con los ojos como platos.
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