Con motivo del execrable ajusticiamiento de los dibujantes de Charlie Hebdo, llevamos demasiados días manoseando el vocablo que da título a esta entrada. Intuyo que mis propios prejuicios sobre la palabreja obran a escondidas para modelar mi punto de vista y, con el generoso fin de resultar medianamente honesto, debo aclarar el poco aprecio que siento sobre la misma. Ya sé que resulta asombroso que alguien pueda mostrar filias y fobias de este calado, pero así están las cosas y no es bueno que, el seguro veredicto culpable, que recibiré como recompensa a la lectura de este post, carezca al menos de un pírrico alegato de defensa. Yo creo que fue en tercero de BUP cuando di de bruces con el cálculo integral. No entendí nada. Como casi siempre, mas como casi nunca, esta vez puedo afirmarlo en el sentido literal. Mi animadversión por la integración solo había hecho que comenzar. En busca de fenómenos que apoyaran mis prejuicios, sin comerlo ni beberlo, pronto comprendí que la integración tiene su aplicación abstracta, sin embargo resultaba inaplicable a la realidad tangible y mucho menos a la naturaleza humana. Y ahí apareció el Tetris 3D para confirmar mi hipótesis. Si el memorable pasatiempo ruso en su formato largo por ancho era el paradigma perfecto de la integración, su versión 3D supuso uno de los fiascos más sonados de la época, y visto que cuando menos las personas nos movemos en tres dimensiones, incluso en más, resulta del todo utópico perseguir tal arcadia feliz de la convivencia.
Desafortunadamente para los nuevos mártires del profeta y su careto de decepción al comprobar que ni 70 vírgenes ni leches en vinagre, el hecho religioso es una invención radicalmente humana y como tal, contiene todas las limitaciones propias de los sujetos que lo idearon y lo practican. Ello supone a botepronto que cada sujeto, acólito de la confesión religiosa que usted desee imaginar siempre que la cual contenga entre su porfolio la verdad revelada, sufrirá inexorablemente el mal del "enteradismo", también conocido como el mal del "cuñao" por su exuberante manifestación en sujetos de tal condición. No hay ser vivo en la tierra que, creyendo conocer los designios del universo y de la propia existencia, no persevere en hacérselo saber y aplicar a sus congéneres. Vamos a ver, si solo por pasarte por la jeta la tienda web que él conoce con dominio en Rumanía y sede social en Barbados donde la tele de tu salón está a la venta 100 euros más barata que por lo que la compraste, el cuñado en cuestión es capaz de cercenar de cuajo la tregua sostenida con pinzas por la que deambulaba el último evento familiar, qué no hará si sabe la fórmula para que con unas pocas privaciones y ciertas coreografías oportunas accedas a ese putiferio de tarifa plana que parece resultar el cielo de los muyahidines, cruzados y demás iluminados.
Así que visto que si llevamos casi mil quinientos años a golpes y, qué queréis que os diga, la posibilidad de erradicarlos no sólo es improbable mientras financiemos a los sátrapas wahhabíes sino que es de naturaleza imposible como acabo de demostrar, más vale que, con la misma impotencia que contra la gripe, procuremos batallar contra los agentes que coadyuvan en su aparición. Ya sé que andáis barruntando que ahora toca otro discursito contra la web, las redes sociales y demás paparruchas. Nada de eso. Si os fijáis con atención en el comunicado del yemení de turno que se imputa la promoción del crimen, comprobaréis que nuestro principal enemigo es el Power Point. Esa herramienta del demonio que igual sirve para un predicador del coaching, para un ricitos engominado triunfante o para que el omeya de turno reivindique un atentado. Por dios, acabemos con el Power Point y la paz y la armonía reinarán en la tierra. Amén.
Desafortunadamente para los nuevos mártires del profeta y su careto de decepción al comprobar que ni 70 vírgenes ni leches en vinagre, el hecho religioso es una invención radicalmente humana y como tal, contiene todas las limitaciones propias de los sujetos que lo idearon y lo practican. Ello supone a botepronto que cada sujeto, acólito de la confesión religiosa que usted desee imaginar siempre que la cual contenga entre su porfolio la verdad revelada, sufrirá inexorablemente el mal del "enteradismo", también conocido como el mal del "cuñao" por su exuberante manifestación en sujetos de tal condición. No hay ser vivo en la tierra que, creyendo conocer los designios del universo y de la propia existencia, no persevere en hacérselo saber y aplicar a sus congéneres. Vamos a ver, si solo por pasarte por la jeta la tienda web que él conoce con dominio en Rumanía y sede social en Barbados donde la tele de tu salón está a la venta 100 euros más barata que por lo que la compraste, el cuñado en cuestión es capaz de cercenar de cuajo la tregua sostenida con pinzas por la que deambulaba el último evento familiar, qué no hará si sabe la fórmula para que con unas pocas privaciones y ciertas coreografías oportunas accedas a ese putiferio de tarifa plana que parece resultar el cielo de los muyahidines, cruzados y demás iluminados.
Así que visto que si llevamos casi mil quinientos años a golpes y, qué queréis que os diga, la posibilidad de erradicarlos no sólo es improbable mientras financiemos a los sátrapas wahhabíes sino que es de naturaleza imposible como acabo de demostrar, más vale que, con la misma impotencia que contra la gripe, procuremos batallar contra los agentes que coadyuvan en su aparición. Ya sé que andáis barruntando que ahora toca otro discursito contra la web, las redes sociales y demás paparruchas. Nada de eso. Si os fijáis con atención en el comunicado del yemení de turno que se imputa la promoción del crimen, comprobaréis que nuestro principal enemigo es el Power Point. Esa herramienta del demonio que igual sirve para un predicador del coaching, para un ricitos engominado triunfante o para que el omeya de turno reivindique un atentado. Por dios, acabemos con el Power Point y la paz y la armonía reinarán en la tierra. Amén.
Comentarios
Publicar un comentario