Ya me han vuelto a preguntar por el dichoso ceporro nórdico conductor de trineos y mucho me temo que en esta ocasión sí esperan respuesta. Cierto, una explicación para una niña de siete años no debe resultar excesivamente complicada de pergeñar, claro que semejante juicio de valor ignora por completo la paupérrima pericia del "explicante" y el manejo sagaz de la lectura entrelíneas del "explicado", lo que acrecenta la temeridad del desafío y las posibilidades de que nada bueno salga de todo ésto.
Rápido se sospecha que este embrollo no es más que el resultado de una conducta profundamente arraigada en uno, mas del todo incorrecta y perjudicial. De hecho, no caí en el propio dislate hasta que un compañero de tertulia de desayuno abjuraba de la incorporación que la gente de este país ha hecho de las tradiciones foráneas con motivo del último black friday. La introspección que sucedió a semejante compendio de lugares comunes de medio pelo no trajo consigo la tradicional mirada condescendiente que la soberbia me suele cocinar para con las opiniones de mis congéneres. Mas al contrario, la sensación fue radicalmente opuesta. ¿No seré yo otro berzotas que mira con reverencia a las tradiciones propias mientras desprecia las ajenas? El periodo navideño lo ha confirmado. Para mal. Así me encuentro dando vueltas a la defensa pírrica de tres entrañables inmigrantes meridionales mientras derribo con impunidad al ciudadano finés, que amparado por Schengen bien puede campar a sus anchas sin presentar pasaporte alguno mientras acredite tener al corriente de pago la póliza de seguro a terceros del trineo de marras.
De inmediato clasifico mentalmente las caprichosas tradiciones que vagamente recuerdo según su origen. El resultado no puede ser más desolador. Aplicando la irracional impostura que me asía irremediablemente al descrédito, se puede concluir que bien debía despreciar costumbres tan estúpidas como inocuas tal cual resultan el estomagante halloween o el novedoso viernes de rebajas, para aplaudir con las orejas atrocidades y aberraciones del calado del toro de la vega o los "empalaos" de la vera, los cuales bien podrían utilizar alguno de sus orificios para insertar el timón de madera con el fin de alcanzar de una vez por todas ese status de masoquismo que parecen ansiar. Asolado por la vergüenza de esta nueva tara, apoyo sin mesura la catarsis como único posible antídoto y me afiliaré ipso facto a toda causa que persiga hasta desaparecer de la faz de la tierra cualquier tradición, venga de donde venga. Por cierto, ¿sabéis si el INEM organiza cena de empresa?.
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