Inferir

Lo maravilloso de los días intermedios de la semana es que uno puede disfrutar del regreso de las aguas al cauce de la bendita rutina. Lejanas las marejadas del fin de semana que se desvaneció y sin pergeñar aún la escaleta del que está por venir, la calma chicha que siempre precede a la ciclogénesis explosiva es un buen momento para regodearse en el asombro, por desgastado que parezca que lo tiene uno.

Últimamente, me llama la atención la nula perspicacia con la
que nos desenvolvemos en territorio patrio en lo que al pensamiento racional se refiere. Suscritos con la fuerza del Círculo de Lectores al pensamiento mágico, al menos celebremos que parece que hemos terminado de mirar al dedo del bochornoso 9N de resultado tan previsible como inútil: los que no quieren saber qué demonios pasa por la cabeza de su partenair y ponen todas las trabas posibles para que anuncie su determinación de poner pies en polvorosa se congratulan del carácter chapucero de la consulta, sin sonrojarse pese a ser ellos mismos los que la privaron de las posibilidades del rigor; por el contrario, los que no quieren materializar la buenaventura del divorcio y concretar a qué futuro de vino y rosas se llegará desde un Mediterráneo tan pestilente al menos como del que huyen, siguen erre que erre regocijándose en los jirones del estiramiento de los hilos de la cuerda, sin valorar siquiera el frío de las sábanas de mañana.

Así que de vuelta con nuestras pupilas orientadas al satélite, la carcunda, que tan bien lo ha pasado con la pirotecnia, regresa con nuevos bríos a presionar con sus fauces sobre la chavalería del 15M, esa que por entonces era criticada por los voceros a sueldo por no concurrir con sus ideas al despropósito electoral, pero que hoy que lo hace también merece ser zurrada por ello: ya hemos visto que nuestros intelectuales de rebujito son unos expertos en el management de las profecías autocumplidas. Su nuevo pim pam pum es un tipo de gafas y orejas escurridas al estilo monigote de los Simpson cuyo delito de lesa humanidad es compaginar su trabajo en la Universidad con asuntos fuera de ella por los que también cobra. Acabáramos! Los pocos años que he dilapidado en semejante institución, jamás de los jamases he conocido nada igual, todo era dedicación en exclusiva y amor por la docencia, que sinceramente creo que arrancaba cuando los meritorios chupa...tintas del Departamento echaban horas cuidando exámenes. Bueno, también le han echado en cara que le enchufara un amigo que a modo de sastre sacaba una plaza hecha a la medida del mejor tweed para nuestro Islero particular, algo que como todos sabemos nunca ha ocurrido en el clima universitario ibérico en particular y, mucho menos, en el ecosistema de la Administración Pública patria en general. Ahora vienen las risas enlatadas y los ataques de hipo. 

Es precisamente su origen universitario, además de la indescriptible sensación de estar viviendo un revival ochentero, lo que me hace especialmente receloso de estos nuevos actores de la cosa pública. He pasado sin pena ni gloria por la Universidad como por cualquier otra parte, pero bastante gente de mi entorno ha gastado  su existencia por esos lares y sigue haciéndolo. Hace tiempo que perdí mi indignación por lo que les escuchaba, pero desde luego una de las pocas cosas claras que tengo es que de las subcastas más arraigadas en la España cañí es la que se aloja en la institución del Cardenal Cisneros. El tiempo dirá si las camisas de cuadros no serán las nuevas chaquetas de pana.





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