"Actioni contrariam semper & æqualem esse reactionem: sive corporum duorum actiones in se mutuo semper esse æquales & in partes contrarias dirigi." I. Newton. 1687.
Hace unos días, como llovida del cielo, ha caído en mis manos la publicación más insospechada que jamás nadie me hubiera imaginado asido a ella de entre las tropecientas mil cabeceras que inundan el decrépito negocio de la publicación en imprenta. Daría mi reino por aquel que, habiéndome vislumbrado apenas cinco miserables minutos en nuestro improbabilísimo encuentro en el devenir de la vasta historia del universo, me hubiera imaginado con un magazine a todo color de moda hipster en el reposa-revistas habitual que conforma el radiador de mi baño. De los que han osado cruzar palabra alguna conmigo, aseguro que ninguno. Ese soporte improvisado ha dado cobijo a infinitos folletos publicitarios de los hipermercados en todas sus modalidades de venta y estaciones del año, el mismo que ha sostenido las mejores lecturas de novela y ensayo con el escaso provecho que cualquier linea de este blog evidencia y, más que nada, ha sujetado a duras penas la dignidad de un ser humano cualquiera en esos momentos en los que las necesidades ineludibles nos devuelven enteramente a la naturaleza animal.
Seamos justos, tampoco es que me la haya leído de cabo a rabo. Las posibilidades de asir mi desnortada atención a un asunto como la moda y sus zarandajas, entiendo que no deben ser muy diferentes a las que dispondrían los propios miembros de esta funesta secta para fijarse en un sujeto tan convencional como un servidor. Ínfimas, pero recíprocas lo que siempre parece equitativo. Sin embargo, esa fuerza de la curiosidad que adelanta mi cabezota en pos de comprender algo de lo que ahí se expone hasta que el retroceso del vómito la recupera a su lugar de origen en exquisito respeto a la tercera ley del movimiento de Newton, ha dilapidado unos minutos, suficientes para confirmar que, una vez más, detrás de estos movimientos aglutinadores de rebeldes sin causa hay más aborregamiento que en la misa de doce. En redacción irreverente al estilo de los Principia se podrían formular tres leyes fundamentales explicativas de tanta majadería:
Primera: "El grado de libertad suspirado por la estética y las formas es directamente proporcional a la tiranía de la normativa de la secta para con sus miembros". Amigos, su ruptura con la pose convencional del pringao de principios del siglo XXI es absoluta, se diría sin temor a exagerar que estos tipejos no pueden dar más el cante porque es imposible. Y sin embargo más de 200 páginas de fotografías de nuestros entrañables borregos no pueden ser más homogéneas: son todos flacos, jóvenes y, a resultas de sus poses de sabio impostadas, con el intelecto más liviano que una hoja de olmo de esas que acaba de deglutir el escarabajo que se ha empadronado en Moratalaz este verano pasado. Por cierto, qué demonios han hecho con las mujeres?
Segunda: "Como consecuencia inexorable del estricto cumplimiento de la primera de las leyes, sus escarceos con la autoafirmación y la independencia ajena al mainstream resultan tan exitosos como la subida del pedrusco del pobre Sísifo" Cuanto más arriba de la pendiente consiguen llevar el estrambote de su presencia más presos de las cadenas de la convención y la regla social se encuentran. El libre albedrío no lo conocen ni por asomo y Diógenes de Sínope no saben ni quién coño es, ya que no es gurú en Cupertino ni participa del último festival de música independiente del verano.
Tercera: "La impostura de su corteza resulta enternecedora de puro férrea, mas como de toda secta, serán los traidores los que la sobrevivan" Entiendo que aupados al pedestal de la insolencia es harto improbable que nada fuera de vuestros seis, diez, quince (?) mandamientos alcance a reverberar los tímpanos que también traéis de serie por mor de vuestro 99,9% idéntico genético con el de Torrente, pero no os vendría mal que os toméis el asunto de marras con cierta distancia y relatividad. Como todo bicho viviente, sólo lo cuentan aquellos que tres décadas después miran de reojo desolados por el estupor las fotos suyas de por entonces, mientras suben el volumen de sus dudas a un grado de madurez respetable. Consideradlo al menos.
Hace unos días, como llovida del cielo, ha caído en mis manos la publicación más insospechada que jamás nadie me hubiera imaginado asido a ella de entre las tropecientas mil cabeceras que inundan el decrépito negocio de la publicación en imprenta. Daría mi reino por aquel que, habiéndome vislumbrado apenas cinco miserables minutos en nuestro improbabilísimo encuentro en el devenir de la vasta historia del universo, me hubiera imaginado con un magazine a todo color de moda hipster en el reposa-revistas habitual que conforma el radiador de mi baño. De los que han osado cruzar palabra alguna conmigo, aseguro que ninguno. Ese soporte improvisado ha dado cobijo a infinitos folletos publicitarios de los hipermercados en todas sus modalidades de venta y estaciones del año, el mismo que ha sostenido las mejores lecturas de novela y ensayo con el escaso provecho que cualquier linea de este blog evidencia y, más que nada, ha sujetado a duras penas la dignidad de un ser humano cualquiera en esos momentos en los que las necesidades ineludibles nos devuelven enteramente a la naturaleza animal.
Seamos justos, tampoco es que me la haya leído de cabo a rabo. Las posibilidades de asir mi desnortada atención a un asunto como la moda y sus zarandajas, entiendo que no deben ser muy diferentes a las que dispondrían los propios miembros de esta funesta secta para fijarse en un sujeto tan convencional como un servidor. Ínfimas, pero recíprocas lo que siempre parece equitativo. Sin embargo, esa fuerza de la curiosidad que adelanta mi cabezota en pos de comprender algo de lo que ahí se expone hasta que el retroceso del vómito la recupera a su lugar de origen en exquisito respeto a la tercera ley del movimiento de Newton, ha dilapidado unos minutos, suficientes para confirmar que, una vez más, detrás de estos movimientos aglutinadores de rebeldes sin causa hay más aborregamiento que en la misa de doce. En redacción irreverente al estilo de los Principia se podrían formular tres leyes fundamentales explicativas de tanta majadería:
Primera: "El grado de libertad suspirado por la estética y las formas es directamente proporcional a la tiranía de la normativa de la secta para con sus miembros". Amigos, su ruptura con la pose convencional del pringao de principios del siglo XXI es absoluta, se diría sin temor a exagerar que estos tipejos no pueden dar más el cante porque es imposible. Y sin embargo más de 200 páginas de fotografías de nuestros entrañables borregos no pueden ser más homogéneas: son todos flacos, jóvenes y, a resultas de sus poses de sabio impostadas, con el intelecto más liviano que una hoja de olmo de esas que acaba de deglutir el escarabajo que se ha empadronado en Moratalaz este verano pasado. Por cierto, qué demonios han hecho con las mujeres?
Segunda: "Como consecuencia inexorable del estricto cumplimiento de la primera de las leyes, sus escarceos con la autoafirmación y la independencia ajena al mainstream resultan tan exitosos como la subida del pedrusco del pobre Sísifo" Cuanto más arriba de la pendiente consiguen llevar el estrambote de su presencia más presos de las cadenas de la convención y la regla social se encuentran. El libre albedrío no lo conocen ni por asomo y Diógenes de Sínope no saben ni quién coño es, ya que no es gurú en Cupertino ni participa del último festival de música independiente del verano.
Tercera: "La impostura de su corteza resulta enternecedora de puro férrea, mas como de toda secta, serán los traidores los que la sobrevivan" Entiendo que aupados al pedestal de la insolencia es harto improbable que nada fuera de vuestros seis, diez, quince (?) mandamientos alcance a reverberar los tímpanos que también traéis de serie por mor de vuestro 99,9% idéntico genético con el de Torrente, pero no os vendría mal que os toméis el asunto de marras con cierta distancia y relatividad. Como todo bicho viviente, sólo lo cuentan aquellos que tres décadas después miran de reojo desolados por el estupor las fotos suyas de por entonces, mientras suben el volumen de sus dudas a un grado de madurez respetable. Consideradlo al menos.
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