He dejado pasar demasiados días y, como de costumbre, sigo sin tener cuatro ideas claras. No todos los años se asiste a una abdicación. Intuía que ver jubilarse a Papas, emperadores de barras, estrellas y felaciones ovales e incluso a Iríbar, me iban a dejar un poso reflexivo para atender con prudencia al evento reciente que, no por pronosticado con las uvas del último decenio, únicamente ha dejado un aluvión de consideraciones inconexas en el agujero negro que mora bajo mi peluca.
Personalmente, siempre he tenido muy poca consideración por el Juancarlismo y, como no podía ser de otra forma, por la encarnación de su mesías en formato de adn malamente recombinado por mor de tanta endogamia o, si me apuras, en el de figura de cera para turista de bermudas y chanclas. Me ha repugnado hasta la náusea la clá de españolitos analfabetos que aplaudían a rabiar, como si estuvieran contemplando a la reencarnación de Pericles, al mismo sujeto que juró sobre los santos evangelios fidelidad a los principios del movimiento, cuyas relaciones amistosas siempre se han forjado con arraigo en lugares del mundo gestionados por sátrapas misógenos y, especialmente, con muy poca cintura para salirse de la caterva que disfruta como cochino en lodazal de la España que porta grasienta capa verde, cerebro de charol, caracolillos sobre la nuca, toneladas de caspa y que destila un pestuzo a cera y naftalina insufrible para moi. Vamos, que cualquier check levels a los que se sometía el ínclito personaje regio en planta entera del Gómez Ulla siempre era recibido por mi persona con regocijo y esperanza en que todo lo peor estuviera por llegar, más pronto que tarde. Sin embargo, como interferencias gravitatorias de la luna sobre las masas de agua, lleva un tiempo en que la pleamar borbónica ha decaído y, si bien aún no asoman los pedregales acicalados con su mejor verdín, los crustáceos, cefalópodos y equidermos vermiformes que malviven agazapados en las pozas empiezan a vislumbrar la proximidad de su buena racha, en forma de otro resbalón real en cangrejeras de mercadillo con al menos segura erosión en el ilustre zancarrón. Y, sin embargo, a mí me empieza a vencer el efecto lástima. Tiene huevos.
En todo caso, este brote de alteridad que ha "okupado" sin explicación alguna mi famélica conciencia, hasta no hace tanto siempre hambrienta de echarse un regicidio al plato, creo que tiene su origen en Felipe el hermoso, versión 2.0. Ya sé que resulta sorprendente que un vástago del homínido descrito en el párrafo anterior, que, para más inri, vivirá de la paga hasta su deceso y que se ha pasado por el forro de su bolsa escrotal la única obligación que conlleva su cargo: esa de cubrir a una fémina, que tampoco sepa a qué huelen las nubes, pero que deje sus auxonias con alas como la almohadilla azul de un tampón de notaría, merezca tanta consideración, pero ando muy sensible con las promesas incumplidas de esta decepcionante existencia. Resultaría a todas luces injusto que olvidara los activos del hijo del romano y la griega que, con enorme esfuerzo, ha dilapidado su adolescencia y juventud entre juegos de Top Gun en Zaragoza, campamentos de boy scouts world wide live financiados con fondos públicos y estancias académicas en Georgetown para afinar su don de lenguas, no sabemos si con el pubis de oriundas de la orilla izquierda del Potomac o con modelos escandinavas de paso. Tanto sacrificio merece su recompensa, epitafio que se me graba a fuego cuando desayuno bilis regurgitada de lunes a domingo y, sin nada que lo justifique, se me vuelven a pasar por mis supuestas conexiones sinápticas las inevitables explosiones causadas por las diferencias de potencial entre el "tu hijo estudia, que llegarás lejos" y la ocupada agenda de nada que me inunda.
P.S. Parece que a Pete Townshend tampoco le hacía gracia que le volvieran a tomar el pelo, ni siquiera cuando la alopecia asomaba sin vergüenza alguna. A nosotros, el próximo 19 nos vuelven a contar un cuento de disney sin gracia y, lo que es peor, sin ramo de flores que arrojar ni balcón en la calle Mayor.
Personalmente, siempre he tenido muy poca consideración por el Juancarlismo y, como no podía ser de otra forma, por la encarnación de su mesías en formato de adn malamente recombinado por mor de tanta endogamia o, si me apuras, en el de figura de cera para turista de bermudas y chanclas. Me ha repugnado hasta la náusea la clá de españolitos analfabetos que aplaudían a rabiar, como si estuvieran contemplando a la reencarnación de Pericles, al mismo sujeto que juró sobre los santos evangelios fidelidad a los principios del movimiento, cuyas relaciones amistosas siempre se han forjado con arraigo en lugares del mundo gestionados por sátrapas misógenos y, especialmente, con muy poca cintura para salirse de la caterva que disfruta como cochino en lodazal de la España que porta grasienta capa verde, cerebro de charol, caracolillos sobre la nuca, toneladas de caspa y que destila un pestuzo a cera y naftalina insufrible para moi. Vamos, que cualquier check levels a los que se sometía el ínclito personaje regio en planta entera del Gómez Ulla siempre era recibido por mi persona con regocijo y esperanza en que todo lo peor estuviera por llegar, más pronto que tarde. Sin embargo, como interferencias gravitatorias de la luna sobre las masas de agua, lleva un tiempo en que la pleamar borbónica ha decaído y, si bien aún no asoman los pedregales acicalados con su mejor verdín, los crustáceos, cefalópodos y equidermos vermiformes que malviven agazapados en las pozas empiezan a vislumbrar la proximidad de su buena racha, en forma de otro resbalón real en cangrejeras de mercadillo con al menos segura erosión en el ilustre zancarrón. Y, sin embargo, a mí me empieza a vencer el efecto lástima. Tiene huevos.
En todo caso, este brote de alteridad que ha "okupado" sin explicación alguna mi famélica conciencia, hasta no hace tanto siempre hambrienta de echarse un regicidio al plato, creo que tiene su origen en Felipe el hermoso, versión 2.0. Ya sé que resulta sorprendente que un vástago del homínido descrito en el párrafo anterior, que, para más inri, vivirá de la paga hasta su deceso y que se ha pasado por el forro de su bolsa escrotal la única obligación que conlleva su cargo: esa de cubrir a una fémina, que tampoco sepa a qué huelen las nubes, pero que deje sus auxonias con alas como la almohadilla azul de un tampón de notaría, merezca tanta consideración, pero ando muy sensible con las promesas incumplidas de esta decepcionante existencia. Resultaría a todas luces injusto que olvidara los activos del hijo del romano y la griega que, con enorme esfuerzo, ha dilapidado su adolescencia y juventud entre juegos de Top Gun en Zaragoza, campamentos de boy scouts world wide live financiados con fondos públicos y estancias académicas en Georgetown para afinar su don de lenguas, no sabemos si con el pubis de oriundas de la orilla izquierda del Potomac o con modelos escandinavas de paso. Tanto sacrificio merece su recompensa, epitafio que se me graba a fuego cuando desayuno bilis regurgitada de lunes a domingo y, sin nada que lo justifique, se me vuelven a pasar por mis supuestas conexiones sinápticas las inevitables explosiones causadas por las diferencias de potencial entre el "tu hijo estudia, que llegarás lejos" y la ocupada agenda de nada que me inunda.
P.S. Parece que a Pete Townshend tampoco le hacía gracia que le volvieran a tomar el pelo, ni siquiera cuando la alopecia asomaba sin vergüenza alguna. A nosotros, el próximo 19 nos vuelven a contar un cuento de disney sin gracia y, lo que es peor, sin ramo de flores que arrojar ni balcón en la calle Mayor.
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