Elogio de la mediocridad

Corren malos tiempos para la mediocridad. Ya, enterado estoy que se asoma a toneladas por las antiguas 625 líneas, en las portadas de la prensa y, para no resultar demodé, en las pretenciosas ocurrencias que inundan las redes sociales. Igual resulta que esta noble querencia del ser humano atiende también a las implacables tensiones del pontificado mercado y el exceso de oferta está haciendo caer en picado su valor. Sin embargo, resultará fácil acordar que combate con escaso éxito en las diferentes facetas de la vida de la plebe, donde la ideología dominante, aduladora del rasgo peculiar aparente y el brillo, sobretodo el brillo, campa a sus anchas.

Parece de sentido común que no todos podemos resultar genios, y, a más a más, que para la
aparición de éstos, es conditio sine qua non que los mediocres seamos legión. Sí bonita, aunque el amoniaco filtrado a través de los huecos de tu cráneo sobre tu encéfalo por el último tinte no te deje asimilarlo, tu nuevo partenair te resulta tan especial gracias a que los demás habitamos con gracia el mundo de los grises, así que quita esa cara de asco. Sin embargo, pese a la regla anterior, entregas una cuenta de Twitter a un homínido con tiempo libre y atente a las consecuencias porque acabas de poner un AK-47 en manos de un emisor de ocurrencias de mediopelo con pretensiones de figura histórica para recopilatorio de citas del Vips, a 3 euros la unidad, en el cesto de los libros descatalogados. Algunos de nuestros congéneres tienen la extraña virtud de dilapidar su existencia boxeando contra la implacable realidad mientras los sabios, siempre perplejos, disfrutan de las ventajas de haber arrojado la toalla hace tiempo.

Hay un escenario más allá de los muy manidos del consumo en sus diferentes versiones (electrónica, moda, coches, secta, etc.)  en el que no les va a quedar más remedio que asentir mi diagnóstico y aplaudir hasta romperse las manos cualquier alegato de la mediocridad. Hete aquí que en lugar de estragados, como deberíamos andar los españoles de mediana edad de tanto asistir absortos a tropecientos show cooking televisivos, ante la aparición de otro "currante" de la gastronomía decapitando aspirantes a cocinillas que sirven sin rechistar de carnaza para la parrilla, y raudos poner rumbo al baño a depositar convenientemente los centrifugados jugos gástricos y la bilis que los acompaña en abundancia, mediante su impulso hacia el lugar por donde vinieron en completo desafío a la ley de la gravitación universal, estúpidos de nosotros, tomamos el peligroso sendero de la cocina con el fin de replicar el crujiente de endivias con ventosas de pulpo maceradas en almíbar de veneno de avispa de Sudán del Sur. Obviamente, ni lo berberechos en lata tienen ventosas sino arena, ni las endivias nos gustan una puta mierda en sus diferentes versiones, ni contamos entre los contactos de la agenda del móvil con el número de teléfono de Frank de la Jungla. Desistimos, verdad? Pues, como era de esperar, ni de coña. Ahí echamos la tarde, empecinados en pasar los restos de la escarola babosa que había enraizado en el fondo del cajón de la nevera por el grill del horno y metiendo en la thermomix todo el surtido de moluscos que puebla nuestro cubil de las conservas. Fracaso garantizado, que ni siquiera acarreará la lección de recuperar para el tupper de la oficina las recetas con las que mamá ha demostrado alimentar con creces, vale excesivas creces, y sin síntomas de desnutrición alguno a su prole. Recuerdas que las estrellas michelín no eran las que refulgían en la puerta de tu casa, más bien era la letra B que identificaba la puerta de tu domicilio parental, pero, desagradecido de tí, has olvidado que tampoco por allí aparecían el marasmo, el escorbuto o la pelagra.

Y es que, amigos, en la mediocridad está la salvación. Ella es fuente de casi todos los placeres de la vida y por paradójico que resulte, podemos incluir entre ellos el de intuir haberla abandonado por unos instantes. Nunca reprocha que regresemos en busca de su abrigo y en el calor de su lodazal siempre somos bien recibidos. Ahhh, y para los incrédulos que aún mantengáis una mínima duda al respecto y viváis bajo el yugo del destello, no olvidéis que la mediocridad a la larga crea tendencia. "Admirados" expertos en marketing y comportamiento de los consumidores, aprovechad esta pista: lo que la mediocridad promociona no lo derrota ni dios! Recordad sino cuando las Jennis de suburbio con polígono industrial, esas con novio con el pelo cenicero,
chándal de táctel, Ford Focus Dolby Sorround con doble alerón y pitbull para el paseo del domingo, esas que tan pronto incorporaron la cámara como elemento del teléfono no dejaron de retratarse asomando canalillo, directamente beneficiadas por la política de Inditex para incrementar sus beneficios a costa de  aprovechar la esclavitud asiática y, en este caso, de limitar el consumo de textil en sus prendas. Ellas ahora son las precursoras del último grito de los célebres, que, eso sí, han tenido que adoptar vocablo anglosajón (selfie?) para disfrazar su siempre reluciente cretinismo.



Nota aclaratoria: Mediocre no es ningún calificativo despectivo como de forma aséptica podéis comprobar su definición en el diccionario de la RAE y como, con algo más de ingenio, explica Lapido en un verso de "Pájaros": ni mejor ni peor que cualquier vino malo del ... (cumpliméntese con el año de su nacimiento)

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