Las tardes en Constantinopla se hacían insufribles, algo así como el ambientazo del salón medio español un sábado por la tarde con el mando de la tele empantanado entre el cine de barrio y el show de la momia Campos. No es que las sesiones de mañana hubieran resultado la alegría de la huerta. A fin de cuentas, ni el propósito ni la compañía permitían atisbar nada deleitoso, más allá del tedio insoportable, que estaba garantizado. El ya sofocante clima de finales de mayo tampoco ayudaba a digerir un ágape ajeno a la frugalidad que el sitio que soportaba la ciudad debería aconsejar. Porque Constantino XI nunca perdía la compostura como anfitrión y jamás olvidaba agasajar a sus invitados, aunque sus sesudos amigos no fueran más que una piara de teólogos que andaban discutiendo sobre le sexo de los ángeles, tema candente y que, al parecer, quedaría resuelto y enterrado de una vez por todas. Hasta esa tarde del 29 de mayo de 1453, todas las creencias que habían incorporado a estos entes alados dentro de su ecosistema de animales mitológicos, siempre en el papel de correveidiles del jefazo del credo en cuestión, habían replicado de forma poco ocurrente la morfología humana. Buena prueba de ello resultaba la peculiar trayectoria vital de algunos de los de género masculino, me refiero a aquellos que habían caído y perdido su graciosa condición por un no me mires el escote que no están en venta. Sin embargo, el oscurantismo del medievo recatado y, sobre todo, la naturaleza del ángel como exclusivamente acto e imposibilidad de potencia, sin albedrío de ningún tipo, obligó a cortar de raíz el asunto, el colgante y el pendiente, a estas desdichadas criaturas celestiales, objeto seguro de anuncios de suavizante para lavadoras.
Albricias! Solventada la cuestión por los teólogos, justo cuando un exhausto Constantino iba a solicitar voluntariamente ser sofronizado ante la imposibilidad de que sus oídos soportaran una sandez más, los jenízaros y los cipayos de Mehmed II arribaban al centro de Constantinopla por la Kerkaporta y, seguramente por aquello de no ser menos, también solventaron sus diferencias con el valiente Constantino cortando por lo sano. Ya se sabe, se empieza la sobremesa amputando las gónadas a querubines y se termina perdiendo literalmente la cabeza entrada la tarde.
Imagino que en la fresquita Davos (Suiza) las condiciones del clima, añadidas a las comodidades del hotel cinco estrellas Hors Categorie que acoja el evento, atenuarán la modorra que pueda provocar en el auditorio del afamado concilio la ingesta de viandas con más estrellas michelín en el plato que tajadas que echarse a la boca del mismo. Paradojas de estas nuevas élites que, en lugar de darse a los placeres de la carne, dilapidan el dolce far niente que su peculio les regala en horas de tortura sobre la elíptica. La cuestión es que para un parado español, sin prestación ni subsidio que echarse al bolsillo, que vive literalmente de prestado, aunque acredite un curriculum algo mayor que el de alguno de los asistentes, estas discusiones bizantinas, con seis siglos de retraso, sobre el nuevo sexo de los ángeles, lo más que le provocarán será, como al desdichado Constantino XI, un ardor estomacal lacerante y una jaqueca descomunal, si bien a falta de los jenízaros y cipayos de Mehmed II, tratará de erradicarlos con Almax e Ibuprofeno, los nuevos soldados del imperio de las drogas legales, también denominado industria farmacéutica. Ciertamente no es ningún milagro, mas cuando menos la puesta en marcha de sus principios activos le otorgará al desempleado del cuento la misma visión del espejismo al que asistió Constantino cuando segaron su aorta y, por supuesto, dejándolo todo infinitamente más limpio y recogido.
Albricias! Solventada la cuestión por los teólogos, justo cuando un exhausto Constantino iba a solicitar voluntariamente ser sofronizado ante la imposibilidad de que sus oídos soportaran una sandez más, los jenízaros y los cipayos de Mehmed II arribaban al centro de Constantinopla por la Kerkaporta y, seguramente por aquello de no ser menos, también solventaron sus diferencias con el valiente Constantino cortando por lo sano. Ya se sabe, se empieza la sobremesa amputando las gónadas a querubines y se termina perdiendo literalmente la cabeza entrada la tarde.
Imagino que en la fresquita Davos (Suiza) las condiciones del clima, añadidas a las comodidades del hotel cinco estrellas Hors Categorie que acoja el evento, atenuarán la modorra que pueda provocar en el auditorio del afamado concilio la ingesta de viandas con más estrellas michelín en el plato que tajadas que echarse a la boca del mismo. Paradojas de estas nuevas élites que, en lugar de darse a los placeres de la carne, dilapidan el dolce far niente que su peculio les regala en horas de tortura sobre la elíptica. La cuestión es que para un parado español, sin prestación ni subsidio que echarse al bolsillo, que vive literalmente de prestado, aunque acredite un curriculum algo mayor que el de alguno de los asistentes, estas discusiones bizantinas, con seis siglos de retraso, sobre el nuevo sexo de los ángeles, lo más que le provocarán será, como al desdichado Constantino XI, un ardor estomacal lacerante y una jaqueca descomunal, si bien a falta de los jenízaros y cipayos de Mehmed II, tratará de erradicarlos con Almax e Ibuprofeno, los nuevos soldados del imperio de las drogas legales, también denominado industria farmacéutica. Ciertamente no es ningún milagro, mas cuando menos la puesta en marcha de sus principios activos le otorgará al desempleado del cuento la misma visión del espejismo al que asistió Constantino cuando segaron su aorta y, por supuesto, dejándolo todo infinitamente más limpio y recogido.
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