Siempre se ha considerado a la prensa como notario de la actualidad. Hace no tanto que la palabra de un juntaletras de cualquier redacción tenía cierto prestigio y, cuando menos, presunta verosimilitud. Me temo que ésta, como otras tantas, son certidumbres del siglo pasado que en poco más de una decena de años hemos tirado por el retrete. Se podrá alegar que el lector siempre ha buscado cabeceras que le contaran la vida dentro de los parámetros que a él le satisfacían. Y es seguro que así ha sido, sin embargo, creo que no se me podrá negar que el cambio reciente de dosis es de una magnitud estratosférica, lo que en mi opinión implica una alteración substancial. Hoy un sujeto, desde la cuna a la tumba, puede escoger percibir la realidad mediante radio, tele, prensa o web que exclusivamente narren la realidad tal y como a él le gusta que lo hagan. No de forma sesgada sino ya directamente como el mayor de los hooligans de la ideología que se trate. El sueño de la democracia a la búlgara, oiga. Y los periodistas??? Alguno se estará preguntado todavía por su papel en éste trágala. Pues, como imaginan, vendiendo su profesionalidad para proteger un salario y haciendo el ridículo más espantoso cuando se quedan sin la una ni lo otro.
Y es que catorce años, que en breve vamos a consumir del esperado siglo XXI, han dado para mucho. Igual para más de lo que nos conviene, sobre todo echamos la vista atrás. Así por ejemplo, a uno, que quedó impresionado por las cargas en el puente de Deusto entre huelguistas y policía en los tiempos de la reconversión industrial, se le revuelven las tripas cuando ve como en el telediario se manifiestan sin pudor esquiroles a las puertas de Tragsa en la reciente huelga de servicios de limpieza de Madrid; la lucha de pobres parece haber comenzado. Podemos también remontarnos a los tiempos de pillería en los responsables de la administración pública. Esos que no podían aguantar catorce primeras páginas de periodismo de investigación y o bien se iban a su casa (más o menos) cuando su hermano pillaba en la Junta o directamente ponían pies en Polvorosa con escala hacia Laos si habían acumulado comisiones entre funeral y entrega póstuma de medallas de cartón. Ahora, directamente se mantienen en sus cargos hasta que la sentencia firme los desaloja y aprovechan los años de tortuoso procedimiento para hacer su agosto en entrevistas en exclusiva en las que nos moralizan al resto de atónitos y esquilmados contribuyentes. Demonios, si hasta hace unos pocos años, Disney Channel derrochaba dólares en la promoción de las series de sus adolescentes virginales con futura carrera calenturienta y no como ahora, que nos coloca en casa un spin-off de culebrón venezolano, rodado siempre en interiores con actrices y actores que ya no cumplen los treinta. Jodida austeridad del siglo XXI.
Pero si hay un cambio que estoy llevando verdaderamente mal es el auge de la mediocridad. Esa que se acrecenta en las vísperas navideñas, y que se ha encarnado, en no más de quince días, en la edición de libros presuntamente escritos por viejas glorias de antes de ayer, donde uno de los epítetos es literal, el primero, y el otro pura sorna. El común de los mortales alcanza a comprender que la autoestima de Churchill tras ganar una Guerra Mundial o la de Albert Einstein tras recoger el Nobel en Física, se encuentre en niveles que den para que ellos, en la soledad de su despacho, al calor de la chimenea, con los capilares de las mejillas transitados como Preciados un sábado de los que quedan antes de navidad, decía, que todos aceptamos de buen grado que osen perturbarnos con sus reflexiones sobre lo divino y lo mundano. Ahora bien, que tres caraduras y fracasados de medio pelo como los señores (es un decir) Zapatero, Aznar y Solbes, triunvirato de aspirantes a Reyes Magos en la cabalgata, nos pretendan justificar su paso triunfante por las grandes alamedas de la mezquindad, que ni siquiera el breve tiempo que han dejado transcurrir ha conseguido limpiar, a golpe de libros de reflexiones con los que justificarse, y lo que es peor, con la ingenua intención de que los adquiramos y los dejemos a los pies del abeto sintético made in china, que engalanado como el más vulgar de los prostíbulos ocupará buena parte de nuestro angosto salón, es de un patético, que sólo genera bilis, mala baba y ganas de colgarlos del propio árbol. Cuestión afortunadamente imposible para ellos, vista la escasa resistencia de las ramitas de calamina y plástico que colocan los chinos.
Ya lo dice el maestro, mejor siempre de espaldas a la realidad.
Y es que catorce años, que en breve vamos a consumir del esperado siglo XXI, han dado para mucho. Igual para más de lo que nos conviene, sobre todo echamos la vista atrás. Así por ejemplo, a uno, que quedó impresionado por las cargas en el puente de Deusto entre huelguistas y policía en los tiempos de la reconversión industrial, se le revuelven las tripas cuando ve como en el telediario se manifiestan sin pudor esquiroles a las puertas de Tragsa en la reciente huelga de servicios de limpieza de Madrid; la lucha de pobres parece haber comenzado. Podemos también remontarnos a los tiempos de pillería en los responsables de la administración pública. Esos que no podían aguantar catorce primeras páginas de periodismo de investigación y o bien se iban a su casa (más o menos) cuando su hermano pillaba en la Junta o directamente ponían pies en Polvorosa con escala hacia Laos si habían acumulado comisiones entre funeral y entrega póstuma de medallas de cartón. Ahora, directamente se mantienen en sus cargos hasta que la sentencia firme los desaloja y aprovechan los años de tortuoso procedimiento para hacer su agosto en entrevistas en exclusiva en las que nos moralizan al resto de atónitos y esquilmados contribuyentes. Demonios, si hasta hace unos pocos años, Disney Channel derrochaba dólares en la promoción de las series de sus adolescentes virginales con futura carrera calenturienta y no como ahora, que nos coloca en casa un spin-off de culebrón venezolano, rodado siempre en interiores con actrices y actores que ya no cumplen los treinta. Jodida austeridad del siglo XXI.
Pero si hay un cambio que estoy llevando verdaderamente mal es el auge de la mediocridad. Esa que se acrecenta en las vísperas navideñas, y que se ha encarnado, en no más de quince días, en la edición de libros presuntamente escritos por viejas glorias de antes de ayer, donde uno de los epítetos es literal, el primero, y el otro pura sorna. El común de los mortales alcanza a comprender que la autoestima de Churchill tras ganar una Guerra Mundial o la de Albert Einstein tras recoger el Nobel en Física, se encuentre en niveles que den para que ellos, en la soledad de su despacho, al calor de la chimenea, con los capilares de las mejillas transitados como Preciados un sábado de los que quedan antes de navidad, decía, que todos aceptamos de buen grado que osen perturbarnos con sus reflexiones sobre lo divino y lo mundano. Ahora bien, que tres caraduras y fracasados de medio pelo como los señores (es un decir) Zapatero, Aznar y Solbes, triunvirato de aspirantes a Reyes Magos en la cabalgata, nos pretendan justificar su paso triunfante por las grandes alamedas de la mezquindad, que ni siquiera el breve tiempo que han dejado transcurrir ha conseguido limpiar, a golpe de libros de reflexiones con los que justificarse, y lo que es peor, con la ingenua intención de que los adquiramos y los dejemos a los pies del abeto sintético made in china, que engalanado como el más vulgar de los prostíbulos ocupará buena parte de nuestro angosto salón, es de un patético, que sólo genera bilis, mala baba y ganas de colgarlos del propio árbol. Cuestión afortunadamente imposible para ellos, vista la escasa resistencia de las ramitas de calamina y plástico que colocan los chinos.
Ya lo dice el maestro, mejor siempre de espaldas a la realidad.
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