Cuando suba la marea

Tomo prestado sin permiso el estribillo de una de las baladas de algodón de feria que predica Amaral en su último(?) disco para arrojar al tablero de las dudas todos los resquemores que me producen los movimientos sociales, especialmente esos que adoptan metafóricamente como nombre la intervención gravitatoria de la luna y el sol sobre los océanos terrestres.


Ya sé que he señalado hace bien poco el reparo que padezco sobre estos hijos de la recombinación del ADN que, ataviados con camisetas de colores, se apostan en las entradas del colegio de mi hija o frente a las puertas de los hospitales de la comarca. Apuesto a que todos ellos tienen buena parte de razón. Diría casi a ojos cerrados, sólo con ver la catadura moral de los sujetos que acomodan sus posaderas en la banqueta de la esquina opuesta del ring dialéctico, que cuentan con toda la razón de su lado. Sin embargo, desde el punto de vista de mi ostentosa miopía, hay un matiz de su comportamiento que les anula de plano  la legitimidad para la queja: siempre vociferan sus proclamas envueltos en el ideal imaginario de sus profesiones. Así, si mañana cierra un colegio, sepamos todos que, según ellos, nos quedamos sin el maestro de vocación, ese que, indagando desde su autoritas en las secretas inquietudes del pupilo desorientado, hará lo inimaginable por revelar la potencialidad de la bomba de relojería, con forma de mocetón, que se trae entre manos. Claro, en esta mierda de mundo de marketing y apariencia, se me reprenderá, no sin razón, que nadie en su sano juicio va a contraponer al despiadado cierre del centro educativo la pérdida del empleo de treinta y cuatro maestros, treinta de los cuales desempeñan su labor con el mismo entusiasmo que lo hace el mamporrero de las cuadras del hipódromo de La Zarzuela. De hacerlo así, se iría al garete el efecto lástima y las jugosas ventajas que suele aportar. Mas qué impresión creen que dejan estos cantos al ideal ascético en los que hemos padecido la mediocridad del profe/oficinista durante un buen porrón de años??? Igual ganaban crédito depurando sus filas y señalando la mugre que se instala en ellas, especialmente si lo hacen antes o a la par de presentarse como las víctimas que son.



De igual forma, mantengo mi asombro con los obligados por el juramento hipocrático, convertido, me temo que desde tiempo inmemorial, en el "hipocritático". Estos amigos de los "consejos saludables vendo, que para mí no tengo" tienen también por costumbre, pésima a mi entender, presentarnos una merma en sus condiciones laborales como un correctivo injusto sobre las espaldas del sufrido doctor que tras catorce horas de operación a corazón abierto, tira directo desde el parking del hospital en su modesto utilitario a la agencia de viajes alternativa, esa que organiza viajes a parajes de comunicación imposible donde ni siquiera ha llegado (Dios los ampare) una cámara de madrileños por el mundo.Por supuesto, para proseguir con su campaña de vacunación, que dejó aparcada este verano para venir a salvarnos a los soberbios urbanitas, cosa que seguro no merecemos. Y sabiendo que esta zafia hipérbole es seguro que en algunos casos se queda corta, nadie tendrá a bien reflejar el papelón de la enfermera que esta mañana han visto estos ojos con tara, que habrá de nublar la fría tierra algún día, en el que la infecta uniformada pedía a una pareja desnortada que se fueran a casa y la llamaran por teléfono desde allí para pedirle cita, al parecer, tarea imposible en modo presencial. No, la cabra volando y la mujer barbuda no han aparecido, pero han sido las únicas ausencias reseñables de un sarao surrealista, sobre todo, una vez he comprobado el carácter solidario, generoso y entregado de la profesión en la redacción de un cartelón cuya fotografía os acompaño ut supra. Por favor, poned especial atención en los requisitos de los participantes de tan sufrido estudio. Seguro que si es un ensayo clínico para probar las nuevas calicatas de las máquinas de colonoscopia fabricadas con los estándares del áfrica subsahariana, apuesto medio euro a que no se reservan el honor los sufridos trabajadores del hospital.



Para cuándo un estudio sobre los beneficios que provoca en la salud emocional sesenta días de vacaciones pagadas??? Estamos tardando. Lo único seguro es que, cuanto más incómodo se siente uno con el status quo en el que malvive, paradójicamente, más lejos se siente de la realidad alternativa. Joder, qué vida.


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