Cinco minutos frente al ordenador con la conexión a internet como dios manda, y no como la que sirven en los hoteles veraniegos a sus huéspedes, ha sido más que suficiente para comprobar que todo sigue como decía el archiconocido estribillo de la canción del anterior portador de sonrisas Profiden en el plantel del Real Madrid: la vida sigue igual. Desde que tenemos por costumbre, no se si buena, hacer ingeniería vacacional y repartir los veintidós días hábiles de forma desperdigada por todo el ancho del calendario gregoriano, bien es cierto que no se puede esperar otra cosa... para dos o tres semanas que nos ausentamos, qué acontecimiento se puede precipitar en tan corto espacio de tiempo?. Igual deberíamos aprender algo de todo ello y asumir que el paso del tiempo sólo garantiza tres escenarios: el de la repetición ad nauseam, el natural del empeoramiento por deterioro o el improbable de la mejora como resultado de la casualidad en la mayoría de las ocasiones.
Ahora bien, la necesidad de jugar a buscar las siete diferencias o los 31 parados menos a la que nos avoca el hastío, me ha dado como resultado detectar unas cuantas transformaciones de esas que le dejan a uno con los ojos sin pestañear. Con la contumacia de la repetición del hallazgo no ha sido difícil cuestionarse si será posible consolidar como teoría la hipótesis cuyo enunciado afirma que al verdadero inicio de año, este que comienza con el regreso a las rutinas y no al son de campanadas y fuegos artificiales, se llega ya con la metamorfosis culminada pese al inútil esfuerzo de acarrear siempre con un macuto repleto de tanta ropa sucia de las vacaciones como de buenos propósitos de cambio. Vale, resulta paradójico a primera vista, pero demos una oportunidad al método empírico y observemos algo de casuística.
Hace unos días leí, Meneame mediante, una de las últimas columnas del ilustre académico cartagenero, Arturo Pérez Reverte, sujeto emisor habitual de prédicas que casi siempre suenan lejanas a mis escasas entendederas. Desapego que no nace a raíz de los tres epítetos con los que le describo, sino más bien de la impresión que siempre me ha generado la lectura de sus artículos, en los que entendí que en el cartucho de su lacerante pluma escondía una fascinación por una arcadia española en la que moraba un pueblo subyugado por sátrapas que nunca merecía pero que le caían sin remisión, siglo a siglo, a modo de condena bíblica. Ahí os dejo el enlace. Las coces que propina en el pandero del español medio sólo se puede explicar de dos formas: este hombre ha tenido alguna insolación en los veinte días que he estado fuera o, la más probable, esa fórmula de mínimo común múltiplo que utilizo para etiquetar predicadores está tan desfasada como la EGB. Mil disculpas, señor académico, Fernando Galindo, un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo.
Curado de espanto, en cinco minutos aparece otro link directo al videoblog de Iñaki Gabilondo. Terreno seguro. Si un sujeto de su cordura ha desayunado contigo durante toda tu adolescencia las sorpresas, afortunadamente, están descartadas. Hasta que aparecen, claro. Mira tu, que el antaño adalid de la mesura, siempre dispuesto con el guante de terciopelo para sus comentarios con los poderosos, se despacha a gusto contra la mafia de las redes de arrastre ataviado apenas con el escudo de un jersey de cashmere. Acabáramos.
Sin embargo, sin duda la metamorfosis que más perplejo me tiene es la de Miss Olimpia 2020, ese certamen que mañana se resuelve en Buenos Aires. Seguí con detenimiento las candidaturas de Madrid en los concursos que se resolvieron en Copenhague y Singapur. La candidata del requiebro y el chotis acudía siempre con una impostura soberbia de claro favoritismo, el cual garantizaba un disfrute especial, acontecido el chasco, para los que andábamos deseando ver el careto a los que habían tenido una corazonada cuando lo que recibieron fue una buena patada en la entrepierna. Pues resulta que lo más cachondo es que este año se acercan con la humildad por bandera. Algo habrán aprendido porque el inglés hablado compruebo que se mantiene en el tradicional nivel medio de los curricula. Para colmo, el año que resultará ganadora segura a través del siempre indigno estado de necesidad, ese que en los miembros del CIO se traduce en la imposibilidad de declarar el concurso desierto para poder seguir medrando con sus intereses personales en semejante cueva de alí babá. Y es que incluso Alberto de Mónaco abrazará con fuerza la candidatura madrileña: si la sudafricana de uno noventa le parece poco, qué van a opinar nuestro célebre tábano junto con sus compañeros evaluadores cuando les presenten a miss Tokio bajo los efectos de la radioterapia y a miss Estambul con unas espaldas hipermusculadas resultado de los anabolizantes y de la kale borroka en la plaza Taksmin. Tengo la impresión que esta nominación no la evita ni la tradicional pregunta chisposa de Anson.
Mike Ness al rescate:
P.S. del lunes 09 de septiembre: Ni por esas.
Hace unos días leí, Meneame mediante, una de las últimas columnas del ilustre académico cartagenero, Arturo Pérez Reverte, sujeto emisor habitual de prédicas que casi siempre suenan lejanas a mis escasas entendederas. Desapego que no nace a raíz de los tres epítetos con los que le describo, sino más bien de la impresión que siempre me ha generado la lectura de sus artículos, en los que entendí que en el cartucho de su lacerante pluma escondía una fascinación por una arcadia española en la que moraba un pueblo subyugado por sátrapas que nunca merecía pero que le caían sin remisión, siglo a siglo, a modo de condena bíblica. Ahí os dejo el enlace. Las coces que propina en el pandero del español medio sólo se puede explicar de dos formas: este hombre ha tenido alguna insolación en los veinte días que he estado fuera o, la más probable, esa fórmula de mínimo común múltiplo que utilizo para etiquetar predicadores está tan desfasada como la EGB. Mil disculpas, señor académico, Fernando Galindo, un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo.
Curado de espanto, en cinco minutos aparece otro link directo al videoblog de Iñaki Gabilondo. Terreno seguro. Si un sujeto de su cordura ha desayunado contigo durante toda tu adolescencia las sorpresas, afortunadamente, están descartadas. Hasta que aparecen, claro. Mira tu, que el antaño adalid de la mesura, siempre dispuesto con el guante de terciopelo para sus comentarios con los poderosos, se despacha a gusto contra la mafia de las redes de arrastre ataviado apenas con el escudo de un jersey de cashmere. Acabáramos.
Sin embargo, sin duda la metamorfosis que más perplejo me tiene es la de Miss Olimpia 2020, ese certamen que mañana se resuelve en Buenos Aires. Seguí con detenimiento las candidaturas de Madrid en los concursos que se resolvieron en Copenhague y Singapur. La candidata del requiebro y el chotis acudía siempre con una impostura soberbia de claro favoritismo, el cual garantizaba un disfrute especial, acontecido el chasco, para los que andábamos deseando ver el careto a los que habían tenido una corazonada cuando lo que recibieron fue una buena patada en la entrepierna. Pues resulta que lo más cachondo es que este año se acercan con la humildad por bandera. Algo habrán aprendido porque el inglés hablado compruebo que se mantiene en el tradicional nivel medio de los curricula. Para colmo, el año que resultará ganadora segura a través del siempre indigno estado de necesidad, ese que en los miembros del CIO se traduce en la imposibilidad de declarar el concurso desierto para poder seguir medrando con sus intereses personales en semejante cueva de alí babá. Y es que incluso Alberto de Mónaco abrazará con fuerza la candidatura madrileña: si la sudafricana de uno noventa le parece poco, qué van a opinar nuestro célebre tábano junto con sus compañeros evaluadores cuando les presenten a miss Tokio bajo los efectos de la radioterapia y a miss Estambul con unas espaldas hipermusculadas resultado de los anabolizantes y de la kale borroka en la plaza Taksmin. Tengo la impresión que esta nominación no la evita ni la tradicional pregunta chisposa de Anson.
Mike Ness al rescate:
P.S. del lunes 09 de septiembre: Ni por esas.
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