Entiendo que en la Facultad de Periodismo la definición de crónica exija cierta proximidad en el tiempo con el evento relatado. Sin embargo, si me pusiera de nuevo, puedo asegurar que no me saldría nada muy diferente. Es por ello, que si bien lo que alcanzaba a decir en octubre de 2011 habla de un set list que ha quedado caducado con los temas de "Formas de matar el tiempo", que presentó en Madrid el Maestro Lapido este pasado viernes, me mantengo en mis trece, en tanto en cuanto, las verdaderas crónicas del evento están a vuestra disposición por la web.
"El pasado sábado 8 de octubre hubo misa de 21.00 en la sala Caracol. No es ninguna exageración: si algún día un marciano aterriza por error y se anima a observar de incógnito y con algo de detenimiento un par de conciertos de José Ignacio Lapido, se topará con un conglomerado inmutable de feligreses, entrados en años y aventuradamente entusiastas en lo que se refiere a entonar con sus escasas aptitudes melódicas todas las tonadillas del Maestro. Siempre las mismas personas, tirando a viejas y cantando rematadamente mal. Elemental querido Watson! Sólo puede ser la santa misa o un concierto de Lapido.
Me atrevo a empezar con
este irreverente paralelismo para camuflar en la medida de lo posible la
absoluta admiración que padezco por este peculiar músico de Granada. No sería
honesto que dejara pasar este aspecto a la hora de que se tomen en su justa
medida la retahíla de juicios de valor que abruptamente se me ocurran y tenga a
bien plasmar por escrito. Sobre todo, porque la militancia no es una de las
habilidades que tenga mejor entrenada. Sin embargo, no es del todo extraño este
fenómeno, mantengo el convencimiento que el de la veneración es un sentimiento
profundamente arraigado en todos los que seguimos el desempeño musical de
Lapido. Sin conocerlo en absoluto, debo imaginarlo apesadumbrado por ello. Ser
de Lapido es una pertenencia muy por encima de esas afiliaciones pasajeras de
las que se cambia con cierta frecuencia a lo largo de la vida, a saber, la
religión, el partido político o la patria, y ello seguro supone un terrible
menoscabo en las cifras de su clientela y en la magnitud de su patrimonio. La
superficialidad tan característica del clásico fan musical, ese que
graciosamente financia chalets en Miami y jamelgas de postín a tipos con un físico objetivamente tan de medio pelo como el gaditano Sanz, está a todas luces reñida con esta
inquebrantable adhesión de la que os hablo. Se puede pasar con espíritu festivo
y derrochador de Gloria Stefan a Ricky Martin y de éste a Bisbal, o incluso a
Juanes si te quieres hacer un poco más cool,
pero cuando se jubilan los 091 te quedas huérfano: ya has besado a la princesa
y todavía te quedan un porrón de páginas del cuento musical que no sabes con
qué zarandajas llenar. Por suerte, este aparente callejón existencial sin
salida no es tan dramático como lo acabo de pintar; somos pocos pero muy
afortunados: este buen hombre ha decidido no traicionarse a sí mismo y me temo
para su desgracia que, como en una de esas recursividades
escherianas, él mismo es el primer lapidiano,
por lo que así
seguirá, nunca se
sabe hasta cuándo.
En rigor, ahora correspondería
que uno abundara en el lamento de lo incomprensible que resulta el escaso eco
que recibe el indiscutible talento como compositor y como letrista de José
Ignacio Lapido, según acreditan músicos
(por ejemplo: desde el min. 46.50) y filólogos. Algo
falla para que este hombre no se libre de un aura de maldición que parece
obvio no merece, si bien, lo creas
o no, es mejor que así resulte para los elegidos discípulos. Inmerecidamente nos arrogamos
una superioridad moral de la que no tenemos por costumbre disfrutar en la mayoría
de los ámbitos de nuestras vulgares vidas, y ganar de vez en cuando siempre
tiene su encanto por más que nos encante regodearnos en la estética del
perdedor. Si quieres sentir la seguridad de que en algo eres mejor, no digas
que no te avisé.
El resto de la crónica esperada
es del todo prescindible en tanto en cuanto podría ser un calco de cualquiera las
que podéis leer por los recónditos lugares de la web que prestan atención al
panorama cultural, por supuesto, siempre más allá de lo que dicta la industria,
que tristemente al parecer todo
lo controla: Un par de horas de composiciones rockeras, abundante repertorio
de todos los albums excepto del “música celestial”, predominio de las sigilosas
sobre las atronadoras (que no hay buenas ni malas por más que se empeñe),
defendidas todas ellas a la perfección por una banda que pasa por su mejor
momento y se nota en el virtuosismo de su desempeño, y de postre tres o cuatro guiños
para nostálgicos en forma de versiones de temas de los cero. Si además nos
deleitan con el Dios
de la luz eléctrica: miel sobre hojuelas y como Escher recurrimos al lugar
por el que empezamos: Podéis ir en paz."
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