El fin de semana pasado me enteré que se estaba celebrando una boda real en la avanzada Suecia. Preciosos eventos que nos retrotraen al pleistoceno o algo más allá, cuando los que componemos la chusma eramos felices y comíamos triglicéridos en exceso. Buena prueba del cambio de tendencia es que me enteré de forma indirecta. La noticia de la web de turno no era la parejita feliz ni los detalles logísticos del evento, tampoco el entusiasmo de los progenitores. El titular avisaba que no se desplazaba a Estocolmo ningún miembro de la casa real española. Entre líneas, en el farragoso texto de la noticia parecía dejarse entrever la empatía que se ha inoculado repentinamente en nuestro monarca y aledaños por ese lumpen, que está pasando las de Caín, y que sobre todo, sin nada mejor que hacer desde que le echaron del curro, anda pasando por la lupa a todos aquellos que viven del néctar que se genera con las gotas de sudor de los impuestos, contribuciones y tasas. Como al campechano hace muuuuchos años que no me lo creo y si algo me produce últimamente es lástima, me quiero pronunciar sobre la boda regia en sí misma. Cuestión sobre la que tengo la misma formación que respecto de la replicación del ADN, pero que, como imaginaréis, no es óbice para temerarios.
La primera conclusión que extraje de los posos de las hojas de los rábanos, que conformaron la fuente principal de mi análisis, es que Suecia continua siendo punta de lanza en lo que a la evolución se refiere. Allí no es que los afortunados por la condición de miembros de la realeza hayan abandonado con disimulo las escasas obligaciones que dicha designación divina trae consigo, directamente se las están pasando por el forro de donde todos estáis pensando. Tres vástagos tiene el regente y ninguno ha osado cumplir con el engorroso trámite de contraer matrimonio con un homínido resultante de la endogámica propagación de la sangre azul; todos en pleno han optado por juntarse con la chusma... y vaya chusma, oiga!. Me cuentan que la heredera presenta como cónyuge a su entrenador de gimnasia, acabáramos! un tío con chándal sino con mallas y camiseta sin mangas!!!, la descorazonada contrayente del sábado no le anda a la zaga y ha optado por un especulador financiero para poner a buen recaudo los restos del naufragio sentimental que al parecer padeció hace un par de años: Pobre cándida, ahí precisamente pusieron sus ahorros los abuelitos de este país y aquí los tengo en Plaza de Castilla, mendigando un chusco de justicia que llevarse a la boca un día sí, otro también. Y para que no falte el rien ne va plus, que toda situación excéntrica tiene por costumbre regalarnos, ahí está el hermanito que se nos trae como pareja oficial a una tal Sofía, la cual haciendo honor a su nombre, al parecer es una sabionda en el arte de posar escasa de vestimenta. Desde luego, si en un país católico, apostólico y romano como el nuestro se le ocurre a uno de los infantes proponer como partenair a un tipo con chándal, por olímpico que sea, o a una plebeya divorciada con un pasado exhibicionista como presentadora en la tele, arde Troya. Por la Gloria de Dios, aquí somos gente de orden.
La segunda y última de mis precipitadas averiguaciones, por fortuna para mi sufrido lector, es una apostasía a nuestro querido Darwin y a su vez un aviso a navegantes, nunca mejor dicho considerando las querencias náuticas de la nobleza palaciega, que ya estaba esbozado en el párrafo anterior. Os cuento. Al parecer es costumbre en estos eventos que los invitados hagan un paseillo hasta las puertas del templo de forma ordenada e identificable, algo así como el de nuestra ristra de célebre chorizos imputados en las escalinatas de los diferentes tribunales que últimamente frecuentan. Pues bien, identificados por el periodista experto en la materia, pude comprobar que la subespecie de humanos con corona es una excelente paradoja para la teoría que postula que el intercambio de ADN con sujetos diferentes incrementa las posibilidades del ser vivo ansioso por adaptarse al medio hostil. Podemos asegurar, sin miedo a equivocarnos, que más de la mitad de los reyezuelos, príncipes, princesas e infantes, que por allí desfilaron, lo eran de países en los que la monarquía desapareció hace la torta y lo mejor es que no se la espera: italianos, griegos, portugueses, rumanos y demás, alimañas indestructibles e inasequibles al desaliento de atisbar, como el resto de los humanos, nuestros reinos como espacios exclusivos del paraíso onírico que la imaginación nos regala a cada uno. Rutilantes, despampanates, ostentosos, pero la mayoría sin un trono más allá del Roca modelo Victoria del que disponemos todos en casa, si no has sido desalojado por una orden de lanzamiento. Está visto que la endogamia les hace mella. No hay mejor ejemplo de ello, en cómo resulta imposible para padres y tutores regios hacer que sus vástagos se casen con otro de su especie. Podemos afirmar que se quedan feos (de cojones) pero no gilipollas del todo. Sin embargo esa querencia a la extinción que la Teoría de la Evolución augura sin remisión a los que no usan diferente ADN para reproducirse y por ende adaptarse, parece que no va con ellos. Visto que pasarlos por la guillotina ha quedado en el olvido de la Historia, tiempo tenemos para ver qué ocurre con los hijos que ahora vengan de estas nuevas generaciones de nadadoras, trapecistas, cabareteras y/o monitores de spinning. Hagan sus apuestas.
P.S.: Un saludo especial para Obama ahora que sabemos que lo lee todo.
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