A las pocas horas de su conclusión, si no antes, una vez han intervenido ya los dos célebres, podemos atisbar en las diferentes webs de los mass media nacionales, los modernos de la muerte y los de más rancio abolengo, el resultado del célebre Debate sobre el estado de la nación. En realidad, medios y lectores sabemos que no es necesario siquiera esperar a que el evento termine, aquí, como en Eurovisión, conocemos el resultado de antemano; según el diario que extraiga conclusiones así resultará el triunfador y el fracasado. Y entonces, ¿dónde está la gracia?. Supongo que en la reafirmación de las entrañas de cada uno. Lo comento porque no acabo de encontrar entonces el sentido a la encuesta del CIS y el segundo lugar que ocupan los periodistas como profesión peor valorada. A sólo un peldaño del oro con el que se hacen con todo merecimiento los jueces por motivos obvios: unos tipos que renuncian a los mejores años de su juventud para ejercitar la memoria como un papagayo, sólo se me ocurren dos lugares donde debieran ocupar su plaza: en el frenopático o en una exhibición de esas del 1, 2, 3 junto con el tipo que sumaba guarismos de tropecientos dígitos en décimas de segundo mientras esputaba murmullos ininteligibles.
Lo que ocurre es que no me rindo, y como no me cuadra que leamos y escuchemos a los que nos regalan los oídos y luego les pongamos a caldo frente al cuestionario del encuestador, me pongo a especular. Como de costumbre, mis primeras sospechas versan sobre los humanos y sus debilidades y se me ocurre dudar de la fiabilidad de la encuesta y su cocinado. En segundo término, podríamos haber detectado una pandemia de bipolaridad, algo altamente improbable. Mucho me temo que lo más aproximado a una explicación sensata sea que en el fondo de nuestro ser, cuando el becario del INE nos interroga, aceptamos que consumimos el periodismo de igual forma que hacemos con los alimentos: escogemos lo que nos endulce aunque sepamos que no nos convenga. Y en ese momento de confesionario, tan fieles discípulos del negligente jinete de Tarso como resultamos ser, nos fustigamos con la culpa y cantamos la Traviata.
Partidario tenaz como soy de las hojas frente al rábano y de la anécdota frente a la categoría en la extracción apresurada de conclusiones irresolutas, apunto este comportamiento tan aparentemente incomprensible como criterio corrector a la hora de relacionarme con el mundo y de tratar con los demás. No, no me subiré a la peana de la indulgencia, mas no queda otra que asumir la realidad.
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