La familia... mi dispiace


Sí, lo siento, pero ya desde hace un tiempo, en especial con la estrambótica aparición de Arantxa S. Vicario sacudiendo a sus progenitores en una presentación de no se qué libro, me quedé con las ganas de sacudir con crudeza a tan sólida institución, que igual da nombre a unos macarrones que a una banda de malhechores de trilogía. Ésta necesidad de zurrar la badana se incrementó exponencialmente cuando la manada de sociólogos ibéricos piropeó ad nauseam su papel como sostén improvisado de los dramas económicos que asolaban a los malogrados ciudadanos españoles desde la aparición de los dichosos brotes verdes, allá por el 2008. Todo ello, por supuesto, obviando poner el acento en la naturaleza terriblemente perecedera del salvavidas del que se congratulaban, entre otros tantos inconvenientes que tiene el asunto de marras. Eso de que la raquítica pensión del abuelo alimente y vista a su prole y a la prole de su prole se aplaudía con las orejas entre tertulianos de todo orden y condición a la voz del patético patrioterismo trasnochado de "si te pasa esto en la herética escandinavia te iban a recoger en casa de tu madre, ja!". Al día siguiente, mientras también desahuciaban a tu madre de su casa por haberte avalado en la compra de la tuya, seguro que recordaban las múltiples ventajas de dormir debajo de un puente de la M30 o en un banco del Retiro frente a los inconvenientes de hacerlo sobre los gélidos adoquines de las calles de Copenhague o de Reikiavik. Sigue estando Dios de nuestro lado.

Uno, que es iluso hasta el tuétano, sospechaba que con el proceder natural de la biología y el deceso tan lamentable como esperado de los abuelitos convertidos en Atlas, alguien se atrevería a mirar al Estado a los ojos para recordarle de nuevo aquello de que eso no son maneras de cumplir con el Contrato Social. Que uno no pone su huella en el documento rousseauniano para que luego le expolien el ejercicio de su libertad de esta forma tan grosera. Sin embargo, también es verdad que todos conocemos de sobra que si crees haber tocado fondo es que no conoces la naturaleza del fango y su proceder semejante al de las arenas movedizas: siempre hay forma de hundirte un poquito más, y bien que se encargan algunos de que así ocurra.


La penúltima aparición de tan sacro-santa institución ha sido su incorporación en el cómputo de los ingresos que te imposibilitan percibir  un subsidio por desempleo para mayores de 55 años. Resulta que si tu partenair o alguien de tu prole menor de 26 años osa ingresar algo más de 900,00 euros brutos al mes, ya puedes despedirte de tu subsidio. Como muy bien estamos descubriendo, entre peleas de gallos en la Audiencia Nacional, estamos hablando de una cantidad que es susceptible de ser ingresada en cualquier sucursal de una entidad bancaria de Ginebra, con tónica preferiblemente y sin verduritas de adorno S.V.P.. Para un servidor esto resulta el colmo. Estamos hablando de no percibir una ayuda de supervivencia en cuyas circunstancias básicas para hacerte acreedor a la misma no creo que dejen duda alguna en un estudiante de primero de psicología, adicto a la literatura (sic) de autoayuda, que son las idóneas para macerar un delicado estado emocional susceptible de convertirse en la espita de cualquier cosa, y ninguna buena.

Y todo por culpa de una convención. Algo que no existe pero que nos hemos inventado, lo cual no es malo en sí mismo, mas es así. Igual que nos inventamos el cine, la gastronomía, la gloria o la depresión. Porque la familia no existe. Nos gusta imaginar que la vemos en la Naturaleza y así creemos divisarla con el ojo que mantenemos medio abierto en las retransmisiones de los documentales de la 2 cuando nos presentan las andanzas de la manada de cebras, de la bandada de gansos, de la piara de guarros y hasta en la bola de sardinas. De igual forma que estuvimos seguros de “ver” unos ojitos tiernos cuando se nos cruzó la mirada de una diosa Afrodita o de un Adonis tallado por su abuelo, el mismísimo Apolo, en nuestro imperceptible paso por el pestañeo de la existencia. Todo mentira. De tan grueso calibre como el glorioso speech de Jack el Pastor en su reputado “Live together, die alone” de Lost. Seguramente necesaria para secretar las endorfinas suficientes con las que apaciguar la jodida realidad aunque seas la tipa más dura de Texas, eh Kate?, pero mentira a fin de cuentas.


Por cierto, no quiero olvidar que esos mismos que han utilizado a la familia como arma arrojadiza contra ese estrato social al que van a incorporar también al nutrido grupo de los parias y apestados, son los mismos de piel finísima que citan a la suya, para advertir que ésta no tiene nada que ver con sus decisiones y responsabilidades. Así, sostienen sin rubor que no deben pagar con la vergüenza de ver como grupos de agraviados por las determinaciones de su familiar se agolpan frente a sus domicilios con lemas y pancartas repletas de reproches. Como bien sabemos, antes se coge en España a un caradura incapaz de ponerse colorao aunque diga una cosa y la contraria en décimas de segundo, que a un evasor de impuestos.  

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