Las canciones infantiles suelen aterrorizar. Por lo que dicen y por el tono sencillo de sus melodías fácilmente rememorables. No en vano se usan con frecuencia en el cine de sustos cuando se atisba la presencia inevitable del malo visto el primer plano de la rubia de espaldas, el cual no nos deja lugar a la duda de la aparición "por sorpresa".
Ya, entiendo que la infancia no sólo evoca angustiosas tonadillas. Cuando se menta ese período de tiempo carente de padecimiento, la gente prefiere fijar su edulcorada memoria en la ternura, la candidez y la inocencia. Sin embargo, no deberíamos pasar por alto la severidad en el juicio con lo ajeno frente al holgado reproche propio que se afianza en tan temprana edad y que igual explica ciertos comportamientos más adelante. Es esa etapa de la vida en la que el pecoso humilla al de gafas y la de orejas de soplillo a la niña pelirroja sin ningún remordimiento.
Llevo un tiempo que empiezo a tomarme con enorme distancia el maximalismo que me rodea, enfermedad a la que desde luego no soy ajeno. Asumo con desgana todas las sencillas soluciones que se me plantean a enrevesados problemas cuyo enunciado no entiendo ni de lejos. Y sin embargo, estas posiciones de púlpito se reproducen como esporas en una epidemia de hongos. La crisis, Iberia, el periodismo, la clase política o el dilema olímpico que se nos presenta esta semana en la que las autoridades madrileñas calzan rodilleras y agachan la cerviz. Como a cualquiera me sobran los motivos. No había más que ver las bandadas de canarios que hacían cola en los cajeros automáticos de no se qué caja de ahorros, a la que habremos inyectado pasta a escote todos los españoles casi seguro, con el fin de retirar fondos con la cándida esperanza de que no minoraran el saldo de sus cuentas en virtud de no se sabe qué error. Ahí estaban, perpetrando un hurto de pensamiento los mismos que gritan el popular eslogan de la escasez de pan para el chorizo cuando Rinconete y Cortadillo se amparan en las siglas de un partido político para llevar a cabo sus tropelías. La escena seguro que termina mandando un mensaje premium al debate de la cadena televisiva de turno desde su iPhone 5 mientras esperan para sellar la papeleta en el Inem. No me quiero justificar de esta generalización manifiestamente insidiosa, mas soy de los convencidos que el escaso nivel ético de los políticos no se debe a que los reclutemos de Marte.
Un detalle al margen que no debo dejar de lado. Cómo demonios se prepara uno para una inspección anunciada en el tiempo y con agenda del día concertada? Alguien, además del hostelero madrileño de éxito que paga en B, se imagina que la Inspección de Trabajo se presentara en la empresa anunciando con tiempo la fecha de su llegada y los documentos que va a solicitar? Esto del CIO me parece que es como mandar un curriculum a una web de búsqueda de empleo o cumplimentar un formulario en una web de citas: se trata de cualquier cosa, menos de que descubran quién eres en realidad. Para el primero tu virtud es el trabajo en equipo y tu defecto la ambición, o era para el segundo?
En fin, como siempre, cuando en medio de un soliloquio crees haber llegado a alguna parte, el maestro ha estado allí mucho tiempo antes.
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