Ecce homo somos todos



De todos es conocida mi escasa perspicacia. Incluso los que gozan de no haberse cruzado conmigo en su puñetera vida me calificarían a primera vista como el topo del doble sentido o el Stevie Wonder de las segundas intenciones. Es por ello que conservo con ansiedad la estela luminosa del crepitar de mi neurona, acontecimiento de periodicidad semejante a la aproximación del Halley a la Tierra, como Gollum se aferraba al anillo, o si preferís analogías menos fantasiosas, como el político español se apoltrona en el cargo.

No sorprende a nadie que uno lleve tiempo barruntando qué más tiene que pasar para que el dilatado esfínter del ciudadano medio colapse. La sola enumeración del imparable goteo de orina con el que riegan nuestras caras todas las mañanas los noticiarios de las emisoras de radio obligaría a reeditar los Episodios Nacionales en versión extendida con los comentarios del autor, las tomas falsas y por ende a terminar con el vergel de eucaliptos que asola la cordillera cantábrica y que tanto agrada a la industria papelera.  Y sin embargo, nunca pasa nada.

Uno puede imaginar el sanedrín de “sociólogos sin fronteras”, acabando con las existencias de tabaco de pipa y té verde, entregados desde su trinchera institucional, debidamente financiada, a la causa de explicar tanta desidia. Sin necesidad de que salgan de donde no deberían salir nunca, ya sabéis cual será la primera hipótesis que lancen a los ávidos medios de información, siempre necesitados de la opinión del experto en sus chascarrillos con forma de tertulia: los videojuegos. Que el niño se pone como un ceporro: los videojuegos. Que suspende lengua: los videojuegos. Que se pasa la patria potestad por el arco del triunfo: los videojuegos. Que asesina en serie a toda su clase o a un centenar de miembros de las juventudes socialistas de Suecia: los videojuegos. Desde Caín no ha existido un ente maligno de tamaña magnitud, así que no es difícil imaginar que será el primer chivo expiatorio.

El irredento núcleo de los cultivados bien sabemos que no se conformará con el resultado de una ciencia social de reciente creación y pondrá su mirada en los clásicos en busca de una explicación con forma de aforismo. No tardarán ni un segundo en emitir el dictamen que verbalizarán con la sentencia de Juvenal: Panem et circenses. Evidentemente, no repararán ni un instante en que el pan empieza a escasear salvo en las boutiques, donde ellos lo compran repletito él de sésamo y semillas de amapola, y que el circo aburre de lo lindo desde que cambiamos a Ángel Cristo por Jorge Javier y a los felinos drogados por los tertulianos ……. (Cumplimente usted como desee).

Las minorías cualificadas y con manía persecutoria arrimarán el ascua a su sardina. Seguro que sabéis a quién me refiero: se identifican por gamas cromáticas y a sus manifestaciones de escasa convocatoria las llaman “mareas”, que no se si se refiere al efecto secundario de las mismas cuando el delicado antidisturbios se gana la soldada acercando con velocidad desorbitada la porra sobre tu cabeza o bien buscan la analogía con la retirada del mar de la costa cuando la interacción con el campo gravitatorio de la Luna así lo manda. El caso es que los elitistas hombres y mujeres de ciencia apostarán seguro por la marginación a la que se le tiene sometido al método científico en las clases populares, los discípulos de Minerva hablarán de la incultura del vulgo, y el personal sanitario, bueno el personal sanitario nos recordará lo poco que valoramos su profesional atención si se les toca su puesto de trabajo, claro.
Y sin embargo, fui yo el otro día el que di con la tecla. Como el asno, por casualidad. Andaba buscando música que acompañara mi tedioso paseo vespertino por la trepidante tarea de la contabilidad. Si uno en el gym imagino que activa su ritmo cardíaco lejos del lamento ñoño de Alex Ubago, de igual forma no resulta nada recomendable entregar la reverberación de tus tímpanos a Juan Pardo cuando tratas con tickets, asientos contables y los jugos gástricos demandando más caudal en las arterias de tu estómago tras la ingesta de la comida. El caso es que no se por qué me justifico, pero anduve buscando directos de Iron Maiden y fui a parar con un recopilatorio en el que los clásicos británicos ejecutaban su rutinaria performance de Fear of the dark en Argentina, tierra de dulce de leche, psicoterapia, peronistas y nazis exiliados. Por favor, prestad atención al minuto 5:36 y parad la imagen. Si os fijáis, un porcentaje elevado de los asistentes que pasaron por taquilla optaron por renunciar a disfrutar del concierto a cambio de inmortalizarlo con su Smartphone, cámara de fotos y demás ingenios de grabación. Es para cagarse. Pagas un pastizal por ver a unos señores, que con la esperanza de vida del rock star system es seguro que han terminado la prórroga y están lanzando los penaltis, y, apremiado por la fugacidad del momento, renuncias al deleite, por supuesto perecedero, a cambio de una imagen de mierda que colgar en tu cuenta de Youtube. No se le ocurre ni al que asó la manteca. Amigos, el sonido del crujiente del caramelo con que adornan los astures el arroz con leche, la voz de tu abuelo que ya no consigues rememorar, la última página de esa novela que te hizo pasar tan buen rato, todo se evapora y no hay peor cosa que hacer que intentar apresarlo. Es el éxito de Second Life el que nos tiene paralizados. Sí, Second Life se considera un fiasco, pero no hay duda que nos gusta nuestra vida virtual más que la real, al punto de sacrificar la segunda en pos de no se sabe muy bien qué en la primera. No podremos ir al especialista de riñón en un plazo razonable, pero agregaremos quince amigos nuevos en Facebook aunque cueste buscar a antiguos alumnos de los escolapios que te humillaban en el patio, nos dejarán sin indemnización por despido improcedente, pero esbozaremos una sonrisa cuando veamos que nos sigue en el Twitter el célebre de turno, nos pasará inadvertido el brillo de la sonrisa de un@ amiga/o pero no quedará ciudadano del mundo que no haya baboseado con el penúltimo “descuido” de la celebridad que asomó “sin querer” su pezón, nalga o lo que su agente le hubiera ordenado. Sólo podréis alegar que a la hora de dormir, esa pequeña llama misteriosa que siempre nos saca las vergüenzas antes de conciliar el sueño, se encargará seguro de los reproches y reprimendas merecidas, pero hasta para eso tenemos remedio:  chance.org última aspirina del status quo encargada de que sigamos creyendo en revoluciones de salón. Y si como la metadona resulta floja, siempre podéis abrir un blog.

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