Terminemos

La metáfora del vertedero no me alcanza. Podría ser por uso, que se hubiera desgastado hasta perder el significado y por ende su propia razón de ser, como le ocurre a la lima cuando quedan romos sus dientes. Sin embargo, aunque manida ad nauseam, me temo que no es el caso que nos ocupa. Sencillamente, es tal el volumen de basura con el que desayunamos a diario, que proponer la imagen de artificiosas cordilleras de vertido con el fin de visualizar la superposición de porquería, que la desecha ética de este erial en al que habito destila, no es asumible ni para aquel que haya posado su insignificancia en los bordes del Himalaya. 


Hace no demasiados años eran indemnizaciones por despido y pensiones para banqueros de todo calado y condición, arruinadores de cajas en particular y hasta indultados engrosaron la infamia, con cifras que a los cándidos nos resultaban sonrojantes, justo en los tiempos en los que los días de vino y rosas ya empezaban a enseñarnos por el horizonte paracetamol y arañazos a raudales. Pasamos sin pena ni gloria por el bochorno de la matiné de los jueves en el Parlamento Europeo, con esos que dicen ser nuestra soberanía sacudiéndose empellones por fichar el primero para salir como alma que lleva el diablo en pos de un merecido solaz tras una agotadora semana laboral de tres días; a la vez, se superponían fiestas de cumpleaños de a 45.000 euros el confeti sin que, por supuesto, nadie en casa supiera quién las había pagado y qué coche había metido en el garaje la contraparte. Como nunca nos parece suficiente, aceptamos de buen grado migraciones de percebeiros de riñones jodidos y erosiones en las tibias a los climas más apacibles de las marismas del Guadalquivir, donde el marisco ya estaba cocido y los billetes de 500 se guardaban en cajas de surtido Cuétara para los egresados de las filas del sindicato triunfante, lo que además, en un tirabuzón extra de esta pirueta del desenfreno, traía la regeneración de presidentes a golpe de dedazo limpio, dejando al tal Felipe VI y su sucesión a la altura de Pericles. Y mientras, el levante andabaen otra estruendosa nit del foc, aferrado al bolso de marca, empapelando con pagarés a la orden pistas de aeropuertos, equipos del pueblo y circuitos urbanos de F1. Menos mal que nos quedaba el siempre europeo oasis catalán, donde la salida de Pujol, desde luego más que con Rinconete y Cortadillo, está directamente emparentada con un Ben Alí metiendo a la carrera las últimas maletas con diamantes camino de la siempre civilizada Confederación Helvética.

Párrafo aparte merece la penúltima de las tarjetas de caja madrid. Es tan grosero, tan inmoral, tan pútrido y, sobre todo, tan generalizado en la carcunda que nos conduce, que resulta gracioso si no fuera patético escuchar a los juntaletras de tercera que se arremolinan en los púlpitos de las ondas para avisarnos de la llegada del lobo si osamos salirnos del sistema y seguimos denigrando a esa pobre gente que, como el déspota ilustrado (zotes de primera calidad en la mayoría de los casos) vigila sin descanso por nuestro bienestar presente y el futuro halagüeño, que su divina protección nos garantiza.

En un gesto que nos honra, parece que hemos incorporado, quién sabe si en una imprudencia perfectamente estudiada, el virus del ébola a nuestra rutina de gaviotas y desechos. Además de la innecesaria loa que merece en cuanto a solidaridad con esos pueblos que tanto nos ocupan en los telemaratones de navidad, los mismos que siempre están presentes en los pensamientos de la familia Aragón y en las letras de Alejandro Sanz, igual es una salida hacia la autodestrucción de este ecosistema, que parece ser en tiempos fue de encinas y ardillas, en el que sólo quedan ya despojos de gruas y sujetos vestidos de fosforito corriendo a última hora de la tarde, entiendo que sin saber hacia dónde ni por qué razón. Aprovechando esta buena ola que hemos pillado, demos el paso definitivo y hagamos un favor al sistema y sus caniches cancerberos, acabemos de una vez con Podemos al golpe de Terminemos, medicina de una sola dosis y 100% efectiva.



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